Política

Una civilización demasiado civilizada como para defender su civilización

¿Está listo occidente para odiar a su arte como desprecia a su historia, valores y logros? ¿Está la Gioconda al nivel que una estatua de Cervantes? Es cuestión de ir probando.

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El activismo woke ha despertado la atención mundial realizando una ola de ataques, más o menos inocuos, sobre obras de arte expuestas en importantes museos. Los ataques consisten en ensuciar marcos o vidrios protectores y luego de esto pegarse las manos a los marcos o las cercanías de la obra colgada. También estuvieron en estos días tirando tortas en la cara del muñeco del Rey Carlos III (gran discípulo del dogma ecologista, el rey, no el muñeco), tortazos estos con el mismo nivel de inocuidad e impunidad, y pegándose al asfalto en distintos lugares para impedir el apocalipsis. 

El activismo woke tiene muchas demandas y estas, frecuentemente, se contraponen entre sí en objetivos y planteos, así que es bien difícil saber exactamente qué piden. Unas veces piden el fin de la agricultura moderna y otras piden solucionar el hambre en el mundo. O piden la reducción de la producción de energía y al mismo tiempo que se les prenda el aire acondicionado o que se les carguen los celulares. Esta esquizofrenia protesteril no debería detenernos, más allá del reconocimiento de los bueyes con los que se ara, y es preferible prestar atención a la escenificación, coordinación y expectativas que nos depara esta moda.

La lucha woke es hija del postureo de los cartelitos del #metoo instagrameados con cara solemne, protestas líquidas formateadas para redes, mostración confortable para que los frívolos puedan quedar bien con poco esfuerzo. Ninguno de ellos se expone a pararse frente a una columna de tanques en la plaza de Tiananmén, ni a quitarse el velo en Teherán.

Por si alguien viene de Júpiter y no se enteró, los manifestantes pegotudos ya arrojaron sopa sobre la pintura «Girasoles» de Vincent van Gogh en la Galería Nacional de Londres, Miembros del grupo “Just Stop Oil” (que no es el único de la partida), ya se habían pegado al marco de “La carreta de heno” de John Constable. Otros activistas pegaron sus manos al cuadro de Pablo Picasso “Masacre en Corea”, expuesto en Melbourne, y otros más lanzaron puré de papas contra un cuadro de Claude Monet, de la serie “Les meules” expuesto en el Museo Barberini de Potsdam. La mismísima Gioconda de Da Vinci fue atacada en el museo del Louvre en París por un activista, disfrazado de anciana en silla de ruedas, que le embadurnó con torta de crema el vidrio protector. Dos mujeres vestidas con chalecos naranja se pegaron a un esqueleto de dinosaurio exhibido en el Museo de Historia Natural de Berlín, con una pancarta que decía: “Los dinosaurios acabaron porque no soportaron los cambios masivos del clima. Eso también nos amenaza (sic)”. Los casos son muchos y creciendo.

Las consignas, a la vista está, tampoco son de una profunda lucidez que permita meditar mucho: “piensen en la Tierra” dijo el de la torta, “¿Qué vale más, el arte o la vida?” dijeron los del puré de papas. Los de la sopa de tomate gritaban “¿Por qué proteges al arte y no al planeta?”. Y todos hacían su berrinche atacando a unos pedazos de lienzo o de cera, depende, en lugar de darle con un martillo a sus celulares que seguramente dejaban más huella contaminante. La histeria performática no está tan comprometida como para hacer esos sacrificios. 

Ciertamente no estamos ante la crisis iconoclasta del Siglo VIII. No hay aquí un ataque conceptual al arte, pero si un scouting muy fino de qué cosa es capaz de causar más escándalo en menos tiempo. Una optimización del alboroto y un testeo de agenda: ¿está listo occidente para odiar a su arte como desprecia a su historia, valores y logros? ¿Está la Gioconda al nivel que una estatua de Cervantes? Es cuestión de ir probando. Como sea, lo que sí sabemos es que nadie se va a martirizar ni por las imágenes ni por su defensa. La lucha woke vale menos que un par de uñas rotas. La lucha woke es hija del postureo de los cartelitos del #metoo instagrameados con cara solemne, protestas líquidas formateadas para redes, mostración confortable para que los frívolos puedan quedar bien con poco esfuerzo. Ninguno de ellos se expone a pararse frente a una columna de tanques en la plaza de Tiananmén, ni a quitarse el velo en Teherán.

Los activistas woke cuentan con los escrúpulos del oponente.

Resulta evidente que las acciones llevadas a cabo en estos días contra piezas de arte estaban calculadas para no hacer daño a la obra, por ahora. Los que las idearon saben hasta dónde están dispuestos a pagar en costos económicos, políticos y sociales. Un informe periodístico reciente sostiene que los organizadores de “Just Stop Oil” firmaron con los manifestantes acuerdos que se distribuían en eventos de contratación realizados antes del comienzo de las protestas a principios de este año. Quienes se inscribían debían comprometerse a ser arrestados “al menos una vez” y a participar de todas las protestas pase lo que pase. “Just Stop Oil” es sólo una de las muchas organizaciones que por pura casualidad se fundaron en simultáneo y comenzaron también casualmente a hacer campaña de terror comunicativo en rutas y espacios de arte. Haciendo un abuso de las capacidades que la pobre diosa casualidad tiene, también comparten financistas.Estas performances que traen aparejado un escándalo internacional son un prototipo, un MVP (Minimum Viable Product). Están midiendo, están evaluando costos. Están ensayando.

Decía Guillermo Lafferriere en su trabajo “La Guerra y Nosotros”: “Un poder totalitario, asentado primariamente sobre el ejercicio de la más dura fuerza, muy probablemente hubiera estado tentado de, al menos, probar qué cantidad de sacrificio estaban dispuestos a sobrellevar aquellos que se le opusiesen (…) cabría recordar que no hace mucho hubo gobiernos que no dudaron en lanzar ataques masivos con químicos letales contra su población, o que reprimieron con blindados a miles de estudiantes universitarios que pedían una mayor posibilidad de participación política. En definitiva, lo que pretendemos expresar no es un cuestionamiento al pacifismo, que es a fin de cuentas una manifestación legítima del espíritu humano, sino apuntar que ese movimiento requerirá o bien de un oponente con escrúpulos para no sostenerse sobre una masacre, o bien de un espíritu de inmolación masivo poco común, al menos en Occidente

Los jóvenes activistas que se pegan al piso y las paredes no tienen espíritu de inmolación, claramente. Esto se demuestra en el hecho de que incluso cambiaron sus demandas cuando, a poco de estar pegaditos, solicitaban comer o tener calefacción. Incluso los que se pegan al asfalto saben que no les van a arrancar una mano o pasar por encima con un camión. De manera tal que descartemos la última opción de Lafferriere. Esto nos deja sólo con la primera conjetura: los activistas woke cuentan con los escrúpulos del oponente. Estos activistas tan escenográficos, cosméticos, dependientes del sistema son el último eslabón del fundraising corporativo. El fondo de la olla de una narrativa que tambalea frente al padecimiento y la pobreza de las cientas de personas empezaron a sufrir, en carne propia, de qué iba la transición energética y esa idea de volver a las cavernas en pos de la utopía verde. 

Conviene sumar otro elemento en esta ensalada de levedad y estupidez: el loco. La pecera woke contiene mucho de eso. Todos los análisis políticos y sociológicos no alcanzan si no se entiende que hace unos cuantos años hemos decidido, a escala mundial, que el desequilibrio mental era una característica más, como tener pecas o ser petiso. Esta prostituída idea de diversidad genera un caldo de cultivo ideal. Tomemos el caso de Aileen, nieta de Joseph Getty el magnate del petróleo, que financia al menos a 35 entidades ecodelictivas como “Just Stop Oil”. Aileen podría renunciar a su fortuna obtenida en base a su odiado petróleo e irse a vivir como un anacoreta. Pero no, ha preferido calmar su roto narcisismo tratando de hacer horrible la vida de los demás. La movida de las organizaciones vandalizadoras pegotudas cuenta con varios financistas de las características de Aileen: en pocas semanas se supo que en esa bolsa de gatos había una Disney, un par de Kennedys, al menos dos Rockefellers, mucho rico heredero de dudosa claridad mental y muchos dueños de empresas de «energías alternativas».

La cultura woke necesita de la atipia y del caos para sobrevivir, pero también con una masa de frustrados que sostengan un incesante nivel de conflicto molecular.

Aileen escribió hace poco: “Financio el activismo climático y aplaudo la protesta de Van Gogh. La gente a menudo presenta teorías sobre mi motivación para participar en el movimiento climático. Mi motivación es clara: estoy luchando por un planeta habitable para mi familia y la tuya. Busco construir un futuro mejor. Soy hija de una familia famosa que construyó su fortuna con los combustibles fósiles, pero ahora sabemos que la extracción y el uso de combustibles fósiles está acabando con la vida en nuestro planeta. Prometí usar mis recursos para proteger la vida en la Tierra por todos los medios posibles”.

Cuentan las crónicas del corazón (que a Aileen le han dedicado mucho, como a sus amigas Lady Di o Jane Fonda), que esta pobre niña rica, ex nuera de Elisabeth Taylor, se volvió fanática del ecologismo “por todos los medios posibles” después de su divorcio y para superar su adicción a las drogas. En sus propias palabras: “Ya había probado mantenerme limpia de muchas maneras, pero ninguna me había funcionado. Tenía un deseo desesperado de recuperarme. Y me di cuenta que ponerme al servicio era posiblemente la única salida para mí. Me mantengo limpia haciendo lo que hago”. O sea, tirar sopa de tomate sobre obras de arte vendría a ser su terapia…los gustos hay que dárselos en vida.

La cultura woke necesita de la atipia y del caos para sobrevivir, pero también de una masa de frustrados que sostengan un incesante nivel de conflicto molecular. Hay que hacer nuevos líos, como pedía el Papa Francisco, y tal vez conseguir nuevas víctimas. Existe mucha gente con mucho para perder si se cae el ecodrama: ¿por qué no incentivar un poco a la masa furiosa y frustrada? Están fanatizando a una importante porción de la población que a futuro no será cautelosa ni tendrá la espalda financiera proporcionada por Aileen Getty.

Los manifestantes que impiden incluso que pasen ambulancias mientras se pegan al asfalto por el “bien común”, los que arruinan patrimonio, se sienten muy por arriba del resto de los mortales. Su causa los exime de las normas que atañen a simples mortales. Su regocijo ante la perturbación y la angustia habla mucho de su capacidad de vivir en sociedad. Consideran que su altura moral los legitima para decidir el destino de una vida o de la obra de Da Vinci. ¿Si tu causa te resulta tan superior, qué límite podrías tener?

En 2015, Ross Douthat acuñó el término «capitalismo woke» al escribir un artículo para el New York Times. Según Douthat era la forma adaptativa en que las elites apoyaban causas progresistas para mantener su influencia y no ser señaladas. Desde entonces, este mecanismo de control de daños no hizo más que crecer. Las elites decidieron curarse en salud, y evitar las antorchas yendo hacia el corporativismo, para sobrevivir y cogobernar sus intereses con la política, los medios y los sindicatos. Hoy las grandes corporaciones son pilares de las causas de izquierda. Encontraron en el camino un sinnúmero de beneficios que devienen de imponer ideología woke y usan el dinero de los accionistas y contribuyentes para eso. El capital se está desviando a causas que la gente nunca tuvo la intención de apoyar, por parte de un grupo de iluminados. Este proceso adaptativo ha rendido pingües ganancias y ahora la agenda de la izquierda consigue que las grandes corporaciones y las élites la consideren una inversión rentable. 

Su regocijo ante la perturbación y la angustia habla mucho de su capacidad de vivir en sociedad. Consideran que su altura moral los legitima para decidir el destino de una vida o de la obra de Da Vinci. ¿Si tu causa te resulta tan superior, qué límite podrías tener?

Los activistas woke son una pieza más de este escabroso y rentable pasatiempo de elites. A pesar de haber hecho de las suyas en reiteradas ocasiones, los miembros de estos grupos ultrafinanciados, se acercan impunemente a las escenas de sus crímenes con grandes frascos de alimentos y hasta con pastelería húmeda en un bolso grande. Existe un video de una barricada de “Insulate Britain” en el que aparece un policía diciéndoles a los manifestantes que le avisaran si «necesitaban algo». ¿Podemos pensar que se trata de un movimiento popular, de abajo hacia arriba? ¿Ha tratado usted, amable lector, de ingresar con una torta repleta de crema al Louvre? ¿Probó ponerse un chaleco refractario para ingresar a la Galería Nacional portando enormes latas de sopa de tomate y su correspondiente abrelatas que es, además, un objeto punzante? ¿No fueron estas suficientes pistas para los guardias que siempre están tan lejos de los activistas que sólo llegan cuando arrojaron el mejunje y tuvieron tiempo de pegarse confortablemente?

Si nos guiamos por la forma en que la omnipotente locura woke viene avanzando lo más seguro es que la próxima etapa no sea tan inocua ni tan confortable. El activista pegadito usa la escala de valores, que él mismo repudia, como escudo protector. Es el accionar clásico de quien toma rehenes. Sabe que su enemigo está paralizado. Sabe que es impune frente a una civilización demasiado civilizada como para defender su civilización.

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