Los álbumes de fotografías, que hace no tantos años ponían en la mesa ratona y al alcance de las visitas la historia familiar de los anfitriones, solían contener imágenes de algunos antepasados, de nacimientos, de bautismos, de niños jugando, de casamientos, de lunas de miel y de vacaciones en lugares paradisíacos. Casi con seguridad era imposible encontrar imágenes de velorios, o del día de quiebra de un negocio familiar, de la separación, accidente o enfermedad de alguno de sus seres queridos.
Tal colección de imágenes era, básicamente, una colección de decisiones que él o los encargados de componer el álbum de esa familia armaban en función de construir el relato oficial de su grupo y de sí mismos. Cuando el vínculo de amistad o cercanía con uno o varios miembros permitía conocer el día a día de esa familia, aparecían las tensiones, los miedos, las miserias que no registraba la historia oficial. El álbum, entonces, pasaba a ser lo que era: un adorno en una mesa ratona.
De cerca y en tiempo real, la mayor parte de los momentos de una vida dejan de ser fetiches albumizables. La vida fuera de un álbum de ese estilo siempre puede ser un campo minado de tensiones, de incomodidades, de errores vergonzantes. Finalmente, la felicidad es esa cosa efímera que aparece de cuando en cuando y sin avisos previos.

Raúl Alfonsín, que fue quién prometió en campaña hacer el juicio y lo impulsó al asumir la presidencia, no aparece ni es nombrado por ningún personaje.
El álbum de la familia argentina después de 2001
La película “Argentina 1985” nos ofrece un emotivo álbum de decisiones narrativas acerca del acontecimiento fundacional de la recuperada democrática Argentina: el Juicio a las Juntas Militares. El tema en debate es, qué recorte de momentos eligieron los guionistas y productores de esta exitosa película para confeccionar su álbum. Y de esas elecciones precisas podemos deducir fácilmente las omisiones también precisas e igualmente significativas.
Vayamos a los hechos. En 1983, y a los pocos días de asumir la presidencia, Ricardo Alfonsín anuncia el decreto N.º 158 que ordenó someter a juicio sumario a nueve militares de las tres armas que conformaron las Juntas que gobernaron de facto Argentina entre 1976 y 1982.
Y también firmó otro decreto, el 157 que promovía «…la persecución penal, con relación a los hechos cometidos con posterioridad al 25 de mayo de 1973 contra Mario Eduardo Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Cirilo Perdía, Rodolfo Galimberti y Héctor Pedro Pardo, todos ellos de la dirección de la organización Montoneros, como también del ex gobernador justicialista de Córdoba en 1973, Ricardo Armando Obregón Cano, y del terrorista Enrique Gorriarán Merlo; del autotitulado Ejército Revolucionario del Pueblo, por los delitos de homicidio, asociación ilícita, instigación pública a cometer delitos, apología del crimen y otros atentados contra el orden público«.
A su vez, junto a la firma de estos decretos, creó la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP), integrada por personas de destacada trayectoria en los ámbitos jurídico, educativo, social, cultural y científico que se encargaría de buscar casos y recibir denuncias de violaciones a los derechos humanos que se hayan dado durante la dictadura.
El sistema de fichas que Graciela Fernández Meijide diseñó para ordenar la información de las denuncias que durante la dictadura recibía la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), sirvió de modelo a la CONADEP, que terminó siendo el informe que un año después se entregara al presidente Alfonsín, con las pruebas concretas que posibilitaron condenar a los responsables de las detenciones ilegales, torturas y desapariciones sistemáticas. Este informe sería luego publicado, bajo el nombre “Nunca Más”.
En ese mismo 1984 se sancionó la Ley de reforma del Código de Justicia Militar que promovía que las Fuerzas Armadas juzgaran a sus miembros por las violaciones a los DDHH entre 1976 y 1982, pero también permitía la apelación de la justicia civil, ya que hasta ese momento los delitos militares eran juzgados únicamente por el fuero militar.

Otra de las omisiones más significativas es, sin duda, la de la CONADEP que fue tan importante como el equipo de trabajo de Strassera. Sin embargo, apenas aparece mencionada una sola vez.
Los militares se rehusaron a juzgar a su ex comandantes, y la Cámara Federal se hizo cargo del juicio a las Juntas. Fue un proceso de ingeniería jurídica que contó con el trabajo y el asesoramiento de un nutrido grupo de expertos, juristas y constitucionalistas. Ninguna de estas fotos forma parte del álbum de “Argentina 1985” pero si configuran el álbum de omisiones que dejan en evidencia qué tipo de historia se pretende contar.
Un álbum con muchas páginas en blanco
Para empezar, Raúl Alfonsín, que fue quién prometió en campaña hacer el juicio y lo impulsó al asumir la presidencia, no aparece ni es nombrado por ningún personaje. Sólo es retratado una vez, fugazmente y de lejos, en la escena que narra la cita con Julio Strassera en las vísperas del juicio. Casi una sombra. Y este es quizá el mayor punto de sensatez de este relato ya que ese encuentro marca la decisión del presidente de no incidir en el juicio, de haber respetado en la práctica la división de poderes. Otra de las omisiones más significativas es, sin duda, la de la CONADEP que fue tan importante como el equipo de trabajo de Strassera. Sin embargo, apenas aparece mencionada una sola vez.
En el álbum familiar de los guionistas Mitre y Llinás, los jóvenes integrantes que forman el equipo de Strassera son quienes viajan por todo el país en búsqueda de testimonios sobre desapariciones y torturas. Eso mismo es lo que hizo la CONADEP y en un volumen bastante mayor. Pero, quien no se haya preocupado por leer la historia, se perderá la existencia de esta comisión y las personas que la integraron, parte fundamental para ese juicio.
Estos jóvenes que aparecen como los idealistas de los nuevos tiempos democráticos, no recurren en ningún momento a consultar los registros de la CONADEP ni a ninguno de sus integrantes, en cambio, se muestra como recurren a las Madres de Plaza de Mayo, quienes ya manifestaban entonces una política de confrontación para obstaculizar la política del gobierno radical.

En las escenas que representan el juicio, los militares son juzgados por las atrocidades cometidas, pero sin que sepamos el contexto, la causa, las ideas que indujeron a esas aberraciones.
Uno solo de estos jóvenes declara su filiación política peronista. De los demás no sabemos. Strassera tampoco da señales de ser el simpatizante radical que era. Este álbum tampoco nos ofrece una foto del otro juicio, el de las organizaciones armadas. Acaso porque puede ser incómodo tener ancestros políticos que no respetaron nunca la democracia, a la que juzgaban un alarde de la burguesía, ni los derechos humanos, que no formaban siquiera parte del léxico revolucionario.
O quizá porque hacer una mínima mención a la lucha armada, en ese contexto, pondría a los autores del film en el lugar de ser rápidamente señalados como promotores de la teoría de los dos demonios, que el kirchnerismo pretendió eliminar borrando el prólogo original del Nunca Más, alterando así el documento de un momento preciso de la historia firmado por Ernesto Sábato. Acción que enorgullecería a Iósif Stalin, arquetipo del experto en alterar fotos y documentos para escribir la historia a su antojo por fuera de los hechos.
En las escenas que representan el juicio, los militares son juzgados por las atrocidades cometidas, pero sin que sepamos el contexto, la causa, las ideas que indujeron a esas aberraciones. Así, finalmente, son villanos que disfrutaban de torturar y asesinar solo por placer, a las personas de una sociedad que vivía su vida en paz y armonía.
Otra foto significativa es la del impetuoso joven Moreno Ocampo, el otro héroe que “Argentina 1985” pone a la altura de Strassera, aunque los testimonios de los varios protagonistas lo recuerdan de un modo muy diferente.
Para hacer apología de léxico kirchnerista, aquí se nos presenta a Moreno Ocampo como el “cheto idealista” en un entorno de parientes militares, tradición patricia y una madre que va a la misma misa que Videla, y al que las ansias de verdad del hijo incomodan. Finalmente, y después de meses de testimonios espeluznantes, la madre llama para reconocer que “tenías razón. Era verdad.” El joven Moreno Ocampo en este álbum es el redentor de su clase ya que puede convencerlos de hechos que hasta ese momento negaban. La oveja negra se vuelve oveja blanca. El film nos enseña que hay “chetos buenos”.
Conocí personalmente a Strassera, poco tiempo antes de su muerte. Me contacté con él por la idea de hacer un documental de quien había sido, en mi opinión, un ejemplo moderno de “héroe cívico”. Por eso mismo el kirchnerismo lo desplazó de la narración de la historia en los colegios cuando se volvió crítico de la apropiación y manipulación que hicieron de los DDHH Néstor y Cristina Kirchner. Apenas lo traté, pero en cambio traté por años a su viuda. Y pude entrevistar a varios de los jueces para un homenaje que se realizó en el Festival Internacional de Cine de Buenos Aires (BAFICI) en 2015. El propio Strassera, su viuda y uno de los jueces me contaron que la jornada de la primera audiencia fue muy complicada.

A pesar de que en la primera edición del “Nunca Más” la cifra de los casos registrados hasta ese momento y con la que se realizó el juicio era de 8961, en la película se cita expresamente la cifra impuesta por afán simbólico de 30000, que no puede justificar a la fecha la Secretaría de DDHH, ni las placas del Parque de la Memoria.
El tribunal había solicitado a los militares concurrir sin uniformes y a los civiles concurrir sin símbolos políticos. La audiencia estuvo a punto de ser suspendida porque Hebe de Bonafini, y un grupo de Madres que la acompañaban, concurrieron con los pañuelos característicos y se negaban rotundamente a quitárselos. La reticencia llevó casi dos horas y el propio Strassera tuvo que interceder. Recién cuando estaba a punto de levantarse la audiencia Hebe y sus acompañantes se quitaron los pañuelos.
En el álbum que compila la película, las Madres no dudan en quitarse obedientemente los pañuelos cuando Strassera se los solicita con amabilidad. Al final del memorable alegato, después del “Señores jueces, nunca más” entre asistentes de pie, aplausos y emoción generalizada, el film nos muestra cómo una madre vuelve a ponerse el pañuelo. La bandera que se iza nuevamente al final de la batalla, cuando se recupera el territorio invadido.
Podría seguir enumerando fotos elegidas y fotos omitidas. Solo agregaría que a pesar de que en la primera edición del “Nunca Más” la cifra de los casos registrados hasta ese momento y con la que se realizó el juicio era de 8961, en la película se cita expresamente la cifra impuesta por afán simbólico de 30000, que no puede justificar a la fecha la Secretaría de DDHH, ni las placas del Parque de la Memoria y que por eso criticó el mismísimo Tzvetan Todorov, una autoridad intelectual en los estudios de memorias traumáticas.
Puede decirse con certeza que “Argentina 1985” es entonces el álbum de momentos, de personajes y de acentos que no incomoda en absoluto al relato kirchnerista. Mas precisamente, lo reafirma. Todas las omisiones tienen el común denominador de ser las que incomodan tal relato: la voluntad de un presidente llamado Alfonsín, a quien no se lo nombra y sólo se lo muestra una vez y de lejos. Tampoco aparecen a voluntad de amnistiar a los militares por parte del peronismo, la existencia de la CONADEP que el peronismo se rehusó a integrar, la lucha armada en democracia, que también tuvo su juicio, y que dio pie al recrudecimiento de represión ilegal.
La ausencia de, al menos, una mención a Graciela Fernández Meijide, madre de desaparecido y emblema de la lucha por la verdad y la justicia, la omisión de la palabra radicalismo, o radical, etc. Así como no está la CONADEP ni se nombra a Fernández Meijide, aparecen las Madres y las Abuelas representadas por uno de los únicos dos videos de época que aparecen en el film, con Estela de Carlotto en los 80 contando su calvario en un programa de TV.

“Argentina 1985” es entonces el álbum de momentos, de personajes y de acentos que no incomoda en absoluto al relato kirchnerista. Mas precisamente, lo reafirma.
Y así como Alfonsín es casi una sombra, en el otro video de época aparece el entonces Ministro del Interior, Antonio Tróccoli, no muy convencido que se haga ese juicio. Estela buscaba justicia y el único radical mostrado como ella, mediante imagen de archivo, no.
Al final una placa nos dice algo así como que “a pesar de los indultos las causas se pudieron reabrir y se pudo seguir buscando verdad y justicia”. Queda así omitido el incómodo nombre del autor de los indultos y el de la autoría de la reapertura oportuna de los juicios. Pero no queda ninguna duda que gracias a esa decisión este maravilloso pueblo obtuvo verdad, justicia y democracia ininterrumpida. Y fuimos felices por siempre.
La foto de lo que somos
“Argentina 1985” es una cuidadosa elección de las fotos que el relato K ha legitimado durante dos décadas. El relato feliz de quien en 2004 pidió perdón en nombre del Estado “que en 20 años nunca hizo nada por los derechos humanos” y se autoerigió como el primer presidente de la democracia interesado en juzgar a los culpables de las atrocidades cometidas durante la dictadura.
La película es un producto diseñado para no defraudar a una sociedad que acumula fracasos sistemáticos a los que suele ingresar masivamente, y con decisión, orgullo, emoción y hasta aplaudiendo. Así fue el apoyo demencial a Galtieri en la Guerra de Malvinas ó los aplausos promovidos cada noche mientras ingresábamos a una cuarentena eterna. Los argentinos entramos a la tragedia, una y otra vez, aplaudiendo conmovidos y con el pecho hinchado de orgullo.
En este sentido, esta película se apodera en un tácito “lo hicimos entre todos porque todos somos buenos”. Destaca que fuimos los únicos que hicimos posible un juicio en el mundo, tal como enunció hace poco ese personaje extraño, Facundo Manes, para quien esta película seguramente sea su golosina ecuménica preferida.
No fue el radicalismo, fuimos todos, un país con buena gente que pudo unirse contra los militares. No fue Alfonsín con su decisión a pesar de todos los sectores que rechazaban el juicio: Fuerzas Armadas, Iglesia, la UDECÉ de Alsogaray- que era un partido muy importante en volumen de votantes- buena parte de la prensa y el peronismo.
Esta película tuvo en su escritura asesores culturales e historiadores afines al gobierno, por eso asume conscientemente todo aquello que el kirchnerismo hizo muy bien: establecer sin dudar los trazos de qué hay que contar, cómo y cuándo.
Si Strassera fue denostado al final de su vida por ser un crítico feroz del kirchnerismo- tanto por panelistas militantes como Camilo García o funcionarios como Aníbal Fernández- hoy es posible rescatarlo mediante una maniobra de apropiación cultural de la que el kirchnerismo es experto. Vuelve el héroe desplazado hasta hace pocos años en el momento de mayor desesperanza generalizada a contarnos que en los 80 algo pasó que estuvimos unidos y pudimos ejecutar una hazaña.

Esta película tuvo en su escritura asesores culturales e historiadores afines al gobierno, por eso asume conscientemente todo aquello que el kirchnerismo hizo muy bien: establecer sin dudar los trazos de qué hay que contar, cómo y cuándo.
Para finalizar, lo que me resulta más interesante que la película en si misma- golosina para afines o desprevenidos- es el fenómeno que se ha vuelto su lanzamiento: emociona a todos los públicos. Se puede constatar cómo, hasta en la sala del shopping más exclusivo de Buenos Aires, las entradas hay que comprarlas con diez días de anticipación porque agota todas las funciones.
El público aplaude el alegato de Strasera de pie y algunos hasta se emocionan y lloran. Mucho votante, probablemente macrista, se emociona y aplaude un producto de reafirmación del relato K. Es una escena alucinante desde una mirada sociológica, pero dramática desde la construcción del verosímil de una historia común.
Es igualmente interesante ver que quienes más defienden de las críticas en las redes a “Argentina 1985” son referentes o voceros kirchneristas.
En cualquier país prolífico en producir contenidos que pongan en cuestión verdades momificadas o impuestas esta película sería un contenido más entre otras que elegirían recortes acaso más rigurosos. El problema que suscita un contenido maniqueo como “Argentina 1985” es que no se producen otros. Pone en jaque a los temerosos. Las ficciones que cuenten a los grupos revolucionarios armados, la Triple A y ahora una versión menos vaciada de contenido político del Juicio seguirán aguardando guionistas, directores y productores que crucen el umbral del miedo y de la culpa.

La escala del éxito de “Argentina 1985” es directamente proporcional al fracaso cultural de este lado de la grieta que no logra instalar un relato con sensatez.
La escala del éxito de “Argentina 1985” es directamente proporcional al fracaso cultural de este lado de la grieta que no logra instalar un relato con sensatez y que no ha hecho a tiempo de Strassera el héroe cívico moderno de Argentina, del que es practicamente el único en su especie.