El año entrante se cumplirán 300 años del nacimiento de Adam Smith. El gran economista y adelantado a su época, escribía que el empresario es un benefactor de la humanidad en sistemas abiertos y libres porque, independientemente de sus valores personales, no tiene otro camino que mejorar la condición de vida de sus clientes si pretende mejorar la propia. Sin embargo, destacaba el economista escocés que, en el marco de los negocios, cuando esa misma persona o corporación se acerca al poder político corrompe por completo su naturaleza empresarial. Aliado con el poder, pretende comprar favores políticos y ser beneficiado con mercados cautivos artificiales originados en trabas arancelarias, monopolios y otros privilegios non sanctos. Todas estas restricciones exógenas al mercado convierten al supuesto hombre de negocios en un ladrón de guante blanco. Entonces, quien debería estar siempre atento a satisfacer las siempre cambiantes necesidades de su prójimo ahora, con el gobierno de socio, se llena los bolsillos cazando en el zoológico.
Muchos economistas se encargaron ya de poner en evidencia las falacias de quienes pretenden justificar las protecciones y los privilegios comerciales que detentan empresas con mayor llegada al gobierno de turno. También es importante no perder de vista que dichas protecciones son únicamente para favorecer al empresario inescrupuloso que explota al consumidor desprovisto de variantes originadas en sanos procesos de mercado. Es así como, sin competencia, el privilegiado se da un gran festín vendiendo sus bienes y servicios de pésima calidad y a precios altos.

¿Hubiera sido beneficioso para la prosperidad y moralmente legítimo si se hubiera obstaculizado la venta del automóvil con la excusa de defender las fuentes de trabajo y la industria de los carruajes?
El progreso trae cambio y, con él, una natural resistencia de quienes sienten amenazada su área de confort o le temen a lo desconocido. La oposición al cambio es legítima en la medida que el sujeto actuante absorba las correspondientes consecuencias y costos de su resistencia. Pero ocurre que, en los hechos, esto parece no cumplirse. Tomemos el caso de Uber, un servicio novedoso que brinda soluciones de movilidad de forma segura, rápida y barata. En muchas ciudades donde se ha presentado esta propuesta, choferes de otras modalidades, presionan al gobierno para que anule por la fuerza la propuesta creativa de un competidor.
Frente a otras propuestas comerciales que se apoyan en modalidades digitales, el entonces gobernador Cuomo de New York, al igual que sus pares en otros estados de la unión y algunos países europeos, promovieron un proyecto que pretendía multar a la compañía Airbnb, la exitosa red de alquiler temporal de casas y departamentos. La variante que propone Airbnb resulta en general más barata que la oferta hotelera y, a su vez, encuentra más correspondencia y afinidad con el nuevo perfil del turista. Pero el lobby hotelero, dedicó tiempo y esfuerzo en realizar alianzas con la autoridad política para coartar libertades de elección y trabajó en defensa de intereses espurios en lugar de dedicarse a superar la propuesta de sus nuevos competidores. Es válido preguntarse, ¿acaso cuando se invente un transporte que permita una conexión transatlántica en veinte minutos, será bloqueado en favor de supuestos derechos adquiridos por los servicios logísticos tradicionales? ¿Hubiera sido beneficioso para la prosperidad y moralmente legítimo si se hubiera obstaculizado la venta del automóvil con la excusa de defender las fuentes de trabajo y la industria de los carruajes?
La cuota de mayor estupidez la dio el gobierno español que, en defensa de las compañías energéticas, pretendió regular y recaudar por el uso de energía generada por paneles solares de particulares. Dicha política duró un buen tiempo hasta que fue derogada en 2018 al darse cuenta que destruía bienestar y era un serio desánimo para la innovación. Frédéric Bastiat, el economista francés del siglo XIX, jamás hubiera imaginado que la zoncera humana llevaría a hacer realidad su mordaz escrito de la petición de fabricantes de velas. En el ficticio pedido se solicitaba a la autoridad política que, mediante una ley, se forzara a los habitantes del pueblo a cerrar todas las ventanas y posibles hendiduras de sus casas para evitar que la ingrata y desigual competencia del sol, hiciera daño a los fabricantes de velas.

Los pseudoempresarios, que viven de espaldas a sus clientes y que dedican más tiempo y recursos a las actividades del lobby que a los de Marketing y Ventas, le dan un mal nombre a la genuina actividad empresarial y contribuyen a una dañina malinterpretación del liberalismo.
En alguna medida, la hostilidad hacia la libre empresa se debe a la incorrecta interpretación de sus valores y a la construcción cultural del resentimiento y el Dogma Montaigne que han sabido erigir quienes aspiran a perpetrarse en el poder político vistiéndose con falsas ropas justicieras al servicio de las “mayorías olvidadas y postergadas”. Sin embargo, no hay que perder de vista que los pseudoempresarios, que viven de espaldas a sus clientes y que dedican más tiempo y recursos a las actividades del lobby que a los de Marketing y Ventas, le dan un mal nombre a la genuina actividad empresarial y contribuyen a una dañina malinterpretación del liberalismo.
Quienes compartimos el ideario liberal, no sólo tenemos el deber moral de difundir los principios del respeto recíproco y desenmascarar los sofismas socialistas, sino que debemos también salir al cruce de falsos juicios e ideas falsas que se promueven desaprensiva y maliciosamente acerca del liberalismo.
En los últimos días, se volvió a reunir el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP), asociación constituida por empresarios que, con cierta regularidad y oportunidad lobbista, invitan a casi todo el espectro político para darle micrófono y tender lazos que les permitan a sus asociados quedar siempre bien parados en cualquier escenario electoral futuro. Parece no importar qué valores suscriben los políticos ni qué medidas más o menos confiscatorias proponen. Por aquello de que “si no estás en la mesa, estás en el menú”, lo importante es ser beneficiado con algún privilegio espurio.
Entre otras alocuciones de la última reunión que mencionamos, el Ministro del Interior argentino hizo una defensa del kirchnerismo. Sin embargo, para sorpresa de muchos que seguimos las noticias de la decadencia argentina, miramos con estupor que varios conocidos “empresaurios”, devenidos en felpudos de buenos trajes y gemelos, se deshicieron en elogios sobre la persona y el contenido del mensaje del ministro. Nunca más oportuna la referencia de Lenin cuando decía que estos cazadores de privilegios, enceguecidos por los negocios y sin la menor preocupación para contribuir a los marcos de respeto para vivir en una sociedad civilizada -y poder hacer negocios-, terminarán vendiendo la soga con la que serán ahorcados.
Todos los pedidos de privilegios ilegítimos, no solo restringen las libertades civiles y debilitan los incentivos de la innovación y la creatividad, sino que también abren un camino pestilente de corrupción política. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, decía Lord Acton.
En todo este triste panorama, se le suma el preocupante pedido del ciudadano que, con ribetes del síndrome de Estocolmo, pide por un “Estado más presente” como si no sintiera ya el abrumador peso de los controles y la esclavitud que representa entregar al paternalismo clientelista el 60% del fruto de su trabajo. Con el tiempo, la estructura que sólo debía limitarse a velar por la seguridad y protección de los derechos individuales, se fue transformando en un monstruo infernal que no sólo nos dice qué hacer y vive a nuestras expensas, sino que entorpece la bendición de las nuevas ideas, la innovación y la productividad.