El campo argentino tiene, para protestar, muchas y muy buenas razones, pero no obtendrá resultados mientras no tenga una estrategia. No mientras no cambie de estrategia: mientras no tenga una.
Enseña Sun Tzu que el que actúa aisladamente, que carece de estrategia y que toma a la ligera a sus adversarios, inevitablemente acabará siendo derrotado. El campo reacciona esporádicamente, protesta como tomando una aspirina para calmar el dolor de bolsillo causado por tal o cual decisión del gobierno… y, batalla tras batalla, viene perdiendo hace ya demasiadas décadas.
Como explicaba Iris Speroni hace un par de años en su excelente nota publicada en La Prensa, cuya lectura encarezco, el Estado argentino le quitó anualmente al campo –sólo en retenciones– más dinero que el necesario para comprar las semilleras Nidera y Noble. Con lo que recaudó el fisco en los 15 años que van de 2002 a 2017, los productores argentinos se podrían haber adueñado de toda la logística y la cadena de valor del negocio a nivel mundial.

El campo reacciona esporádicamente, protesta como tomando una aspirina para calmar el dolor de bolsillo causado por tal o cual decisión del gobierno… y, batalla tras batalla, viene perdiendo hace ya demasiadas décadas.
Nada de lo recaudado, claro, se invirtió en mejorar el negocio agropecuario, uno de los pocos realmente productivos en la Argentina: simplemente se lo ordeñó para mantener a la casta y a negocios que no funcionan. El sábado pasado, 23 de abril, las calles de Buenos Aires se inundaron: máquinas agrícolas, autos, camionetas y personas de a pie – locales y visitantes – confluyeron en el tractorazo de protesta contra la presión del gobierno sobre el campo. Esa es la reacción, una protesta de vez en cuando. Banderas argentinas, pancartas con frases a las que adherimos… calienta el corazón, y nada más.
Es sólo una reacción, no hay un plan. Me pisan los callos, salgo a la calle. El asunto es que el Estado les pisa los callos siempre, pero a la calle pueden salir de vez en cuando. No sólo eso, también se pelean entre ellos. Cada lustro el campo está peor que el anterior, salvo por milagros climáticos o factores del contexto externo. La política agraria en el país nunca mejora.
Es injusto, pero ¿lloramos o lo resolvemos?
El campo va a seguir pagando impuestos. Incluso puede ser razonable que pague proporcionalmente más impuestos que otros: es un sector muy productivo en un país pobre, trae divisas pero genera muy pocos empleos directos, etc. Lo que no es razonable es que se liquiden sus divisas a un valor irrisorio mientras se le cobran retenciones que no son adelanto de impuesto a las ganancias y, para más, se lo señale como el enemigo del pueblo. El campo no tiene peso electoral directo, ni lo puede tener: la población no es campesina.

Las masas suburbanas mantenidas con subsidios no van a enamorarse de los productores por verlos invadir la capital embanderados una vez cada tantos años.
Las masas suburbanas mantenidas con subsidios no van a enamorarse de los productores por verlos invadir la capital embanderados una vez cada tantos años. Si los productores agropecuarios no deciden de una vez por todas construir una unidad corporativa fuerte y, a partir de allí, establecer una estrategia de largo aliento que condicione a la casta política (que teme más a la rebelión fiscal que a las reacciones espasmódicas); es más, si no empiezan a financiar y sostener a sus propios representantes políticos en los tres órdenes de gobierno; dentro de tres o cuatro años nos juntaremos a contemplar otra manifestación muy, muy argentina pero el campo seguirá peor que ahora.
Termino volviendo a Speroni: Que pongan concejales, diputados y senadores provinciales y diputados y senadores nacionales. Que saquen el dinero de la billetera y lo gasten en la conquista del voto. No hacerlo les cuesta muchísimo más caro.