Uno de los mecanismos de defensa más desarrollado en los seres humanos es el poder de negación. Todos en algún momento de la vida usamos este sistema para atenuar diferentes circunstancias que sabemos nos van a lastimar. Muchas veces nos negamos a ver lo obvio y nos argumentamos a nosotros mismos en defensa de ese espejismo que deseamos auténtico para, entre otras cosas, negar nuestra incapacidad para descubrir el engaño. En este sentido, un viejo adagio dice que es mucho más fácil estafar a una persona que explicarle que ha sido estafada. Eso es lo que sucede con aquellos que después de tres años de infinitas pruebas en contrario siguen hablando del Albertismo, de la interna con Cristina y de una pulseada entre ellos.
Pues bien, jamás existieron tales cosas. Alberto es, fue y será un alfil de Cristina puesto por ella para esconderse durante la campaña porque su imagen negativa la hacía absolutamente inviable como candidata, para librarla de la necesidad de tener que debatir (tarea para la que se sabe absolutamente incapaz) y para, como sucedió, ser la cara de los ajustes y desastres que pudieran suceder durante la gestión. Fernández es sólo un jefe de Gabinete devaluado, con mucho menos poder y autonomía que su antecesor, Marcos Peña. Sólo como ejemplo podemos recordar durante la gestión anterior Peña desplazó a todos los ministros que no eran de su agrado reemplazándolos por gente de su entorno; mientras que Alberto vio salir eyectados a los pocos funcionarios propios que tenía para dejarle su lugar a los enviados del Instituto Patria y fue incapaz de mantener siquiera a su amigo, Luis Puenzo, al frente del INCAA.

Fernández es sólo un jefe de Gabinete devaluado, con mucho menos poder y autonomía que su antecesor, Marcos Peña.
Por eso donde algunos quieren seguir viendo un Alberto enfrentándose con Cristina sólo hay un empleado hacendoso llevando a cabo las órdenes de su jefa como antes lo hizo con Menem, Cavallo, Duhalde, Néstor, Massa y Randazzo.
Para colmo de males, Cristina ama mostrarse como la dueña del poder y lo hace constantemente a través de cartas, discursos y hasta tweets. Lo remarca una y mil veces personalmente o a través de sus diversos voceros. Alberto está para ser el culpable del acuerdo con el Fondo que ella misma avala y que sólo la ingenuidad de la oposición permitió que no lo tuviera que hacer votar por sus diputados y senadores. Cada vez que se han cruzado en público, especialmente en las sucesivas aperturas de sesiones ordinarias del Congreso se encargó de destratarlo de manera ostensible sin el más mínimo decoro ni respeto por la investidura y hasta verbalizándolo hace pocos días con un textual “la banda y el bastón no te dan el poder”.
En este caso la banda y el bastón del presidente testimonial recuerdan la fábula del sastre que engañaba al rey vendiéndole un traje invisible con el ardid de proclamar que solo la gente inteligente era capaz de ver esas telas. Así ni el rey, ni los cortesanos se animaban a decir lo que era una obviedad. El embuste llegó al pueblo y también la gente comenzó a repetir los elogios para las ropas del mandatario y a comentar su supuesto brillo y belleza hasta que el monarca pasó junto a un niño que desde su simpleza señaló al mandatario y dijo lo que, en el fondo todos sabían… pues bien, en este caso en lugar del rey, Alberto está desnudo.