Política

Ortopedia Social en la Ciudad de Buenos Aires

Cuantos más caminos digitales recorre un individuo, más huellas deja, y más expuesto al escrutinio queda. Rodríguez Larreta es uno de los políticos argentinos que mejor comprende el potencial de control que tiene el conocimiento de lo que hace, piensa o dice el individuo.

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El 26 de abril de 2022, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta anunció un conjunto de “transformaciones” que, en teoría, facilitarían la vida de los habitantes de la Ciudad, agilizando trámites de diverso tipo y alivianando la carga burocrática que debe enfrentarse para la realización de los más de 140 trámites a los que se puede enfrentar quien interactúe con el Estado porteño.

Para difundir el anuncio a través de la red social Twitter, Rodríguez Larreta lanzó un largo hilo informativo, dentro del cual se señala:

El primer gran cambio que vamos a poner en marcha se llama Identidad Digital Autosoberana, que es una de las herramientas más innovadoras que se están adoptando en el mundo para que los ciudadanos tengan una identificación digital.

A través de una aplicación, las personas van a tener la posibilidad de autenticar su identidad digitalmente y también de tener acceso, en un solo lugar, a su información, documentación y registros personales, facilitando la gestión de sus trámites, solicitudes y permisos.”

Desde inicios de la denominada “pandemia Covid”, en marzo de 2020, el gobierno porteño encabezado por Rodríguez Larreta, en plena sintonía con el gobierno nacional y el de la Provincia de Buenos Aires, fue escalonando una serie de anuncios y de acciones que pueden catalogarse, apelando a una expresión coloquial, de “control social”. La amenaza de ir “casa por casa” controlando el cumplimiento de la cuarentena; las “autorizaciones” para que los habitantes de la Ciudad salgan determinado tiempo y hasta determinada distancia de sus viviendas; la presión policial enviada contra una anciana que desobedeció la orden de aislamiento y estaba sola en un parque, sentada al Sol; el acuerdo con el sindicato de porteros para el control del movimiento de personas en los edificios de propiedad horizontal; el cierre compulsivo y la clausura de comercios reabiertos por sus responsables, que intentaban obtener ingresos en medio de la larga cuarentena; y un muy largo etcétera ejemplifican distintos episodios de dicho “control social”.

El gobierno porteño encabezado por Rodríguez Larreta, en plena sintonía con el gobierno nacional y el de la Provincia de Buenos Aires, fue escalonando una serie de anuncios y de acciones que pueden catalogarse, apelando a una expresión coloquial, de “control social”.

Sin embargo, no fue la “pandemia” la circunstancia que impulsó el desenvolvimiento de esta línea de política intervencionista en la vida cotidiana, sino que la misma es una constante, previa a la “pandemia”, y que trasciende, por cierto, a los colores políticos de las distintas gestiones de las diferentes jurisdicciones. El “control social”, en una modalidad soft, apenas perceptible, pero omnipresente, es uno de los signos de los tiempos de estas primeras décadas del siglo XXI. Y los recientes anuncios de Rodríguez Larreta son un nuevo paso en esa misma dirección.

A inicios del siglo XX, Edward Ross comienza a difundir el concepto de “control social”, entendidos como los mecanismos o dispositivos que mantienen el orden social (en sentido amplio); serían instituciones y prácticas que moldean el comportamiento de la sociedad, autoregulándose. Varios otros autores (todos miembros de la llamada Escuela de Chicago, de estudios sociales) defendieron la idea de que ese “control social” -sustentado en las instituciones y en las prácticas sociales inducidas- tiene un cariz progresista, frente al perfil autoritario que tendría el “control social” represivo, que apela a la fuerza para imponer el mencionado control.

Luego de unos treinta años de auge del concepto de “control social”, en la década de 1940 entró en un cono de sombra, del cual emergió hacia los años de 1970, cuando comenzó a revalorizarse la noción sociológica de subjetividad. De los muchos y diversos pensadores que desarrollan análisis sobre el tema en esos años se destaca, sin duda alguna, Michael Foucault.

Foucault pone su foco en el cambio de cómo se opera ese control social, pasándose de una “sociedad disciplinaria” a una “sociedad de control”. En la primera, un conjunto de dispositivos (normativos, formales e informales) produce y regula las costumbres, los hábitos y las prácticas sociales. Esa organización nace en el siglo XVIII y alcanza su apogeo a inicios de XX, tenía la misión, precisamente, de disciplinar a la sociedad a partir de mecanismos de vigilancia, cuya función era prevenir y corregir cualquier desvío de las normas. El mecanismo por antonomasia es el panóptico, un modelo de control donde el vigilante puede observar a los vigilados en todo momento, sin ser visto.

“ortopedia social” es una modalidad de ejercicio del poder que busca “corregir” el comportamiento social a través del control permanente sobre sus miembros, busca “enderezar”, “corregir” cualquier desviación del comportamiento estándar deseado por el poder de turno.

Con el correr de los años, acompañando las transformaciones socioeconómicas, tal como lo reseñó claramente Deleuze, el “control social” fue mutando desde la disciplina al control. Foucault caracterizó a ese cambio con un término poco conocido, pero sumamente gráfico: “ortopedia social”, esto es, una modalidad de ejercicio del poder que busca “corregir” el comportamiento social a través del control permanente sobre sus miembros. Al modo de un corrector postural, una faja lumbar, o de una bota Walker, las prácticas de control social buscan “enderezar”, “corregir” cualquier desviación del comportamiento estándar deseado por el poder de turno.

Cuando a caballo entre la década de 1970 y 1980 Foucault describía el patrón de control social, sonaba exagerado, pero hoy, entrando en la tercera década del siglo XXI, su descripción se hace palpable en la realidad. Foucault identificó dos planos de control social: a) la configuración de una población socialmente organizada bajo modelos normativos globales, y b) instaurar un sistema de poder con capacidad capilar, en el que se individualice a cada individuo, modelando y administrando su existencia.

Y no sólo eso, Foucault señaló que tal movimiento de pinzas en el control social utilizaría como herramienta básica a la estadística social (qué es, sino estadística social, la información recopilada hoy, segundo a segundo, por la multiplicidad de acciones digitalizadas a través de medios electrónicos, desde pedir un Uber hasta realizar una búsqueda en Google?), y dentro de la estadística social rescató una a la que asignó una gran capacidad de suministrar poder de contralor: la estadística epidemiológica. Foucault no conoció las funcionalidades de las App ni observó en forma directa la paranoia desatada en torno a la “pandemia Covid”, pero pudo anticipar las condiciones contextuales de su desenvolvimiento.

A partir del desarrollo global de internet y con ello, de la rápida difusión y amplia y uniforme cobertura de narraciones (periodísticas, políticas, culturales, etc.), aquella capilaridad del poder antes mencionada se hace cada vez más potente, dando lugar a lo que algunos autores llaman post-panoptismo. La red se imbrica con la vida cotidiana de los individuos en base a la generación y transmisión de millones de datos, derivados de las acciones “inocentes” de cada persona en interacción en internet, sea a nivel interpersonal (con otros usuarios, vía redes sociales, por ejemplo), sea a partir de la realización de trámites públicos (“gobierno digital”) o privados (compras on line, por ejemplo). Desde los orígenes de la masificación de internet, a mediados de la década de 1990, hasta el presente, con la penetración de los smartphone y sus App hasta el último rincón del planeta y en cada instancia de la vida cotidiana, la generación de datos personales, concentrables y analizables por quién los acumule (o acceda a ellos), ha sido constante y creciente. A su modo, internet (o mejor dicho: el uso de la red para la captación de datos de individuos) funciona como un nuevo panóptico.

Los rastros digitales que generan los individuos que operan en la red, incluso validándose con lo que Rodríguez Larreta llamó pomposamente “Identidad Digital Autosoberana”, son los pilares con los que conforma una nueva etapa del “control social”. Si Foucault analizó el paso de la “sociedad disciplinaria” a la “sociedad de control”, algunos autores identifican en el presente una nueva configuración: la “sociedad de la vigilancia”.

Los rastros digitales que generan los individuos que operan en la red, incluso validándose con lo que Rodríguez Larreta llamó pomposamente “Identidad Digital Autosoberana”, son los pilares con los que conforma una nueva etapa del “control social”.

Esa vigilancia tiene como trasfondo lo que se pueden denominar “políticas del miedo”, esto es, un conjunto de incentivos que conducen el accionar del individuo hacia determinado patrón de comportamiento, bajo la amenaza de determinadas penalidades, que no necesariamente son “castigos” normados por las leyes, sino que pueden ser “castigos” sociales, del estilo “cancelación”. La “sociedad de la vigilancia” busca castigar, premiar, inducir, incidir, dirigir y controlar lo que espera y lo que no se espera del accionar del individuo, lo que haga y lo que no haga; en otras palabras, la vigilancia de nuevo cuño, esa vigilancia soft antes mencionada, implica un avance sobre las múltiples probabilidad de acción de los individuos.

Un derivado de esa nueva forma de vigilancia, donde la individualidad queda expuesta permanentemente a través de los rastros digitales (sean conscientes -mediante la exposición en las redes sociales-, sean inconscientes -como las “huellas” dejadas en las operaciones o trámites on line que se realicen-) es la revalidación, de alguna manera, de la llamada “espiral del silencio”, propuesta en la década de 1970 por E. Noelle-Neuman. Este concepto plantea que el individuo, para evitar el aislamiento anula su propio juicio, su propia opinión, conformando esa anulación el precio que paga por estar socialmente integrado. Ahora, ante la omnipresencia vigilante, determinados individuos pueden caer en su propia “espiral del silencio” digital, para evitar ser sujetos de las mencionadas “políticas del miedo”, y con ello, padecer eventuales “castigos”.

Los cuatro puntos básicos de lo propuesto por Noelle-Neuman tienen plena vigencia para entender el presente del control social: a) las personas temen naturalmente al aislamiento; b) la sociedad castiga al individuo que actúa por fuera de lo esperado, a través del aislamiento; c) los individuos, para no ser aislados, buscan identificar inequívocamente las corrientes de opinión predominantes (lo que hay que saber decir y actuar); y d) los individuos ajustan sus dichos y sus acciones a esas corrientes de opinión para encajar en la sociedad, ocultando lo que piensan o desean hacer.

En la identificación de las corrientes de opinión, los individuos se ven influenciados por los “hacedores de agendas”, que no son solo medios de comunicación (si bien solos principales agentes), sino una multiplicidad de agentes (políticos, actores, “influencers” de las redes sociales, instituciones académicas, organizaciones comunitarias, etc.). Esos agentes establecen una agenda temática que se torna predominante, moldeando la postura de cada individuo que desea no quedar aislado (no ser “cancelado”).

Cuantos más caminos digitales recorre un individuo, más huellas deja, y más expuesto al escrutinio queda. En tanto esto, sus huellas pueden exponer sus opiniones, pensamientos, acciones, intereses y deseos que no necesariamente sean condicentes con el patrón imperante, impuesto por el poder. Frente a eso, a fin de no ser aislado, cae en la “espiral del silencio”, que lo amolda a lo que imponen los “hacedores de agenda”.

Rodríguez Larreta busca imponer una “ortopedia social”, de modo de corregir y orientar lo que se diga, lo que se piense, lo que se haga. Pero todo de un modo suave, cool, sin presionar, convenciendo al individuo que es por su bien, porque se sabe, en la Ciudad de Buenos Aires “la transformación (para el mal) no para”.

Durante 2020, aprovechando el contexto de la llamada “emergencia sanitaria Covid”, los gobiernos argentinos (el nacional, el porteño y el bonaerense, básicamente) comenzaron a implementar mecanismos de control digital de los individuos. La excusa fue la salvaguarda de la salud pública, y la realidad fue que se fueron perfilando los instrumentos de rastreo y control de cada persona, desde sus trámites hasta sus movimientos, generándose con ello un cúmulo de datos que pueden alimentar -adecuadamente procesados- mecanismos de control social más y más refinados.

En ese proceso de control, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires llevó y lleva la delantera claramente. En parte por la disponibilidad de recursos que posee, y en parte porque Rodríguez Larreta es uno de los políticos argentinos que mejor comprende el potencial de control que tiene el conocimiento de lo que hace, piensa o dice el individuo. Y para ello, cual aplicado lector de Foucault, busca imponer una “ortopedia social”, de modo de corregir y orientar lo que se diga, lo que se piense, lo que se haga. Pero todo de un modo suave, cool, sin presionar, convenciendo al individuo que es por su bien, porque se sabe, en la Ciudad de Buenos Aires “la transformación (para el mal) no para”.

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