El escrutinio definitivo post PASO aún se encontraba en curso cuando comencé a transitar la típica ronda de entrevistas en las que me piden analizar el presente y augurar el futuro. Sí, el futuro. En un país como este en donde siempre tenemos todo el pasado por delante. Gajes del oficio. Horas más tarde, ya con los recortes editados, comencé su distribución entre la lista de seguidores, hasta que se sucedió la siguiente secuencia en mi whatsapp:
-Quiero decirte que estás equivocado. No podés decir eso de Alfonsín.
-Pero Doc. Son las cosas que digo siempre. Y tampoco es grave.
-Sí, pero de Alfonsín no tenés que hablar. Y te pido que no me envíes más nada.
Aún varios meses más tarde tengo grabado en la mente el momento exacto en que llegó la réplica y la enorme angustia que me llenó el pecho. Volví a escuchar los audios dos o tres veces sin entender, casi como buscando alguna inflexión en la voz que me permitiese pensar que era una especie de chiste o ironía. Pero no. La secuencia había sido real y mi médico personal, el que atendió a mi familia durante más de dos décadas, con el que transitamos momentos de alegría y angustia, se había ofendido gravemente porque en los recortes enviados yo había cometido “el pecado” de sugerirle a los adherentes de la UCR que, a casi 40 años de su asunción como presidente, jubilasen a Alfonsín y comenzaran a renovar sus discursos.
A decir verdad, el chascomunense siempre gravitó en mi vida de una forma especial. Mi madre, Felicitas, aún conserva la foto de cuando me llevó a Plaza de Mayo con 3 años y una boina blanca en la cabeza (con su respectivo pompón rojo), para escuchar su discurso. Luego, en mi niñez, lo tuve cerca varias veces porque esa misma militancia de mi madre hizo que asistiéramos a diversas reuniones en las que Alfonsín era protagonista. Ya terminando la adolescencia, cuando Felicitas acompañó como secretaria al fallecido Alejandro Armendáriz, primer gobernador radical de la Provincia de Buenos Aires, como vicepresidente de la Convención Nacional de la UCR en el período que anticiparía la caída de De la Rúa, la cercanía para con el ex presidente se hizo más asidua. Sobre esta etapa volveré al final.

Alfonsín fue el último presidente en detener periodistas. Fue en 1985 a través del decreto 2049/85 que terminó con un total de 12 personas encarceladas sin intervención judicial alguna.
Semanas más tarde la secuencia volvió a repetirse, pero ahora en twitter. Fue en la red social del pajarito en donde osé decir, como en otras tantas charlas que me tienen como orador, que el kirchnerismo no es otra cosa que la continuación lógica del alfonsinismo. Para ilustrar la cuestión, en esta oportunidad, subí un breve video del Dr. Álvaro Alsogaray en el que señala la absurda política exterior argentina con respecto a países violadores de derechos humanos, la inflación más alta del mundo, la falta de inversiones y el quiebre sistemático de empresas, la desocupación creciente, la falta de moneda y el advenimiento de una juventud insatisfecha con el “molde en el que viven y que no los satisface”. Todas afirmaciones que perfectamente podrían hacerse hoy para describir nuestra “vieja normalidad”. Comencemos:
No, Alfonsín no fue el padre de la democracia. Como supo contestar un twitero en el enorme ida y vuelta que generó la publicación, ¿acaso lo hubiera sido Lúder si el vencedor en 1983 hubiera sido él? Sin embargo, esa afirmación caló hondo y hoy existen casi dos generaciones de argentinos que la repiten sin pensar. Un éxito de la propaganda que ha logrado equiparar a Alfonsín con Mandela, Gandhi o Walesa, aun cuando la comparación sea tan absurda como refutable.
Alfonsín fue el último presidente en detener periodistas. Fue en 1985 a través del decreto 2049/85 que terminó con un total de 12 personas encarceladas sin intervención judicial alguna. Entre los detenidos de aquel raid se encontraba Jorge Antonio Vago, editor de Prensa Confidencial, Daniel Horacio Rodríguez, columnista de La Prensa y Rosendo Fraga, el afamado politólogo nacional. ¿La acusación? Intento de desestabilización de su gobierno, el cual obviamente jamás fue probado.
Alfonsín fue también aquél primer mandatario argentino que visitó la dictadura cubana y no tuvo reparos en ser paseado sobre un descapotable junto a Fidel Castro, mientras guardaba silencio sobre los miles de cubanos que vivían la sistemática violación de todas las libertades individuales de las que el exmandatario hoy parece ser símbolo inequívoco y representante.

Alfonsín fue también aquél primer mandatario argentino que visitó la dictadura cubana y no tuvo reparos en ser paseado sobre un descapotable junto a Fidel Castro.
Del mismo modo y en consonancia, Alfonsín también fue el primer presidente argentino en visitar la URSS, generando a través de su Ministro de Relaciones Exteriores, Dante Caputo, uno de los períodos de mayor estrechez diplomática con la Unión de Repúblicas Socialistas, continuando (¿paradójicamente?) las políticas de acercamiento que había comenzado ya la dictadura militar. De más está decir que más allá de los enormes anuncios, pocos o nulos fueron los beneficios reales que todo aquel show internacional realmente tuvo para nuestro país, aunque sí le hayan valido los reproches de todo el mundo libre y desarrollado. Algo a lo que la política exterior kirchnerista nos tiene acostumbrados desde 2003.
También Alfonsín fue el promotor de Diana Conti, a quien en sus “típicos caprichos de vasco”, me supo decir alguna vez un encumbrado radical, hizo Senadora tras imponerla como vice en la lista que encabezó para lograr una bancada en 2001. La asunción final de Conti se dio cuando en otro de los tantos episodios del mismo tipo a lo largo de su carrera, Alfonsín quebró el bloque radical en el Senado, provocando que Rodolfo Terragno, Juan Carlos Passo, Gerardo Morales y Mónica Arancio, siguieran caminos bifurcados en unos de los momentos en que la UCR más unión necesitaba. Vale recordar también que Conti seguiría su carrera como una de las acérrimas defensoras del kirchnerismo, al punto de ser una de las artífices del triste “Cristina Eterna” que se escucharía años después.
Alfonsín también fue el presidente que, en 1985, en los jardines de la Casa Blanca, y en el marco de un contexto de enorme debilidad económica de nuestro país, no tuvo mejor idea que increpar a Ronald Reagan, uno de los presidentes de mayor legitimidad en la historia norteamericana. En esa tarde, mientras Reagan recibía gentilmente al expresidente argentino recitando a Juan Bautista Alberdi y honrando la memoria del Gral. San Martín, Alfonsín, de visitante, dejaba con la boca abierta al mandatario norteamericano al esgrimir una reprimenda infantil y absolutamente fuera de lugar, para terminar defendiendo al régimen de Daniel Ortega, uno de los dictadores atroces que aún siguen derramando sangre en nuestra América Latina.

Alfonsín también fue el presidente que, en 1985, en los jardines de la Casa Blanca, y en el marco de un contexto de enorme debilidad económica de nuestro país, no tuvo mejor idea que increpar a Ronald Reagan, uno de los presidentes de mayor legitimidad en la historia norteamericana.
También a Alfonsín le debemos el Congreso Pedagógico de 1986, instancia en la cual las diferentes vertientes de izquierda terminaron de avanzar sobre el sistema educativo nacional, consolidando la hegemonía del relato que aún hasta el día de hoy prevalece a pesar de los enormes esfuerzos que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) hacen hoy día por desenmascararlo. Ni mencionar la caída estrepitosa de la calidad educativa que desde entonces se verifica, aunque se la intente explicar sistemáticamente por una mera falta de fondos (que, en términos comparativos con otras latitudes, siquiera es tal). Como he dicho tantas veces, el sistema educativo argentino es, quizá, la mayor estafa que nuestra sociedad vive, aunque esa misma romantización que recae sobre Alfonsín, no permita que muchos se den debida cuenta.
Alfonsín ha sido, del mismo modo quien logró doblar (cuando no romper) a la Unión Cívica Radical, aunque la afirmación incomode a propios y ajenos. Muchos jóvenes hoy militan en las filas del centenario partido creyendo que alfonsinismo y radicalismo son sinónimos absolutos, desconociendo la incidencia, gravitación e ideas, de otros tantos referentes partidarios, tanto o más legítimos que el propio Alfonsín. Es por eso por lo que naturalizan, por ejemplo, la pertenencia del radicalismo a la Internacional Socialista, que supo concretarse en 1999, tras 25 años de gestiones personales del expresidente, quién ocupó incluso entonces la vicepresidencia del organismo internacional. Para esta camada de jóvenes, entonces, el socialismo es inherente al radicalismo, lo cual los lleva más de una vez a abrevar en las mismas aguas ideológicas que el peor de los kirchnerismos, aunque siquiera se den cuenta.
También fue Alfonsín quien ha llevado al radicalismo al extremo de los personalismos, logrando que por momentos sea ese culto al líder casi indistinguible del de sus eternos rivales, los peronistas. Y no sólo eso, con la égida del chascomunense ha sobrevenido el peor de los nepotismos, multiplicándose dentro de las filas partidarias no sólo el apellido Alfonsín (que se cuenta de a decenas), sino también los Storani, Moreau, Nosiglia y tantos otros miembros de aquella “juventud maravillosa” que supo ser parte de “Renovación y Cambio”. Como me dijo alguna vez otro viejo radical, café mediante: “El viejo nos trajo afiliados, pero también nos llenó de internas. Sin él nada es posible, pero con él tampoco lo es”.

A Alfonsín le debemos el Congreso Pedagógico de 1986, instancia en la cual las diferentes vertientes de izquierda terminaron de avanzar sobre el sistema educativo nacional, consolidando la hegemonía del relato que aún hasta el día de hoy prevalece.
Por último, cabe recordar los acontecimientos de Diciembre de 2001 que derivaron en la caída del expresidente Fernando De la Rúa y que dieron lugar al advenimiento de lo que sería luego el kirchnerismo. En lo personal, tuve que esperar muchos años, hasta 2015 para ser más preciso, para que aquello que yo había presenciado dentro de la Convención Nacional de la UCR, acompañando a mi madre, tuviese algún respaldo diferente a mis propias palabras y fuese creído. Fue Ceferino Reato, con la publicación de “Doce Noches”, el que se aproximó a una descripción justa de cuál fue la participación de Alfonsín en los tristes acontecimientos de aquél entonces, cuál fue su cercanía práctica e ideológica con quién asumiría luego la presidencia, es decir, Eduardo Duhalde, y cuánto hizo el ex mandatario por destrozar la legitimidad pública y partidaria de De la Rúa, facilitando la llegada de las políticas que han terminado de sumir al país en la decadencia actual.
Los que verdaderamente me conocen saben que no disfruto ni el conflicto ni el provocar. Todo lo contrario. Ambas cosas suelen exaltar mi timidez innata y ese exceso de empatía para con los otros que Myrian, mi terapeuta desde hace años, se cansa de combatir. Sin embargo, los que me conocen menos afirmarían exactamente lo contrario. Meterse públicamente con temas o figuras como Alfonsín (o Maradona o el sistema educativo, por caso) poco hacen por abonar esa primera mirada real. ¿Por qué lo hago entonces? Porque más fuerte que mi timidez y mi aversión al conflicto es mi sentido de lo justo y lo injusto; sentido que me ha valido más que un ojo morado y un labio roto en mi niñez hasta que aprendí, más o menos, a levantar la guardia. Y el relato que se la ha vendido a los argentinos en general no sólo es injusto, sino que lleva sistemáticamente a esconder las soluciones y a legitimar aquello que nos destruye y empobrece
Quien haya prestado atención a esta nota, más allá de los fanatismos personales y sesgos que todos tenemos, encontrará suficiente evidencia para comprender que sin alfonsinismo difícilmente el país tendría hoy esto que se llama kirchnerismo, respondiendo ambos movimientos históricos, a las mismas tendencias ideológicas. Por motivo de espacio, mucho he dejado fuera, como la doble moral aplicada sobre los movimientos guerrilleros que azotaron nuestro país previo a la vuelta de la democracia o las extrañas maniobras de La Coordinadora en sucesos como los de Semana Santa. También por falta de espacio, dejo para otro momento el profundizar en el papel de grupos periodísticos como aquellos que formaban parte del famoso “Día D” de Jorge Lanata y que tanto hicieron para la consolidación del relato que también aprovecharía el kirchnerismo, previa creación de ese vehículo de transición que terminó siendo el FREPASO.

Con la égida del chascomunense ha sobrevenido el peor de los nepotismos, multiplicándose dentro de las filas partidarias no sólo el apellido Alfonsín (que se cuenta de a decenas), sino también los Storani, Moreau, Nosiglia
Por último, quisiera cerrar esta nota con dos aclaraciones: nada de lo que aquí he afirmado es en contra de la UCR como partido. Por el contrario, aun cuando no abrevo en sus filas, soy testigo de la buena fe de decenas de miles de militantes y dirigentes que se encuentran debajo de las banderas de esta fuerza centenaria. Por el contrario, como en aquella entrevista que disparó todo esto, sólo me atrevo a señalar estas cosas para que tomen conciencia de la necesidad de disipar la gravitación alfonsinista y volver a sus orígenes cívicos y republicanos, encontrando el necesario aggiornamento que el presente demanda.
Y, en segundo lugar, quisiera hacer un disclaimer de estilo: toda esta nota estuvo escrita en primera persona y con varias alusiones personales. Esto no fue casual. Quise permitirme este estilo, para no fingir un desapego con la cuestión que sería falso. Si bien jamás he militado dentro del partido, provengo de una familia radical, me he educado en un ateneo partidario, he asistido a decenas de actos radicales y, tal vez, conozco la liturgia radicheta bastante mejor que muchos púberes que habrán de sobreactuar indignación por lo que aquí afirmo para luego ganarse un lugar en la franja morada.
Mi único deseo para mi patria es de prosperidad, desarrollo, paz y seguridad. Y nada de aquello será posible, mientras el entrismo izquierdista siga vigente, de forma subrepticia, en las instituciones que la conducen, y esto incluye a la Unión Cívica Radical.