Política

Putin en el diván

Parece que lo que está consumiendo a Putin es una combinación peligrosa de agravio personal, comportamiento intimidatorio, desprecio por sus adversarios y su obsesión por mantenerse en la cima del sistema ruso.

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Todos nos hemos preguntado porque Vladimir Putin con la partida casi ganada decidió atacar militarmente a Ucrania. Un hecho sorprendente y a la vez contario a la prolija política renacentista que venía llevando en Europa y el mundo, la que le estaba dando muy buenos resultados. Abandonar ese camino desafiar a todos con una conducta reprochable es realmente extraño. Permítanme ensayar alguna explicación basada más en el mismo Putin que en su actividad política.

En principio iniciar la mayor guerra en Europa desde la Segunda Guerra Mundial e invitar a una Tercera Guerra Mundial, incluido el uso de armas nucleares, es una muestra de la ira y el agravio que siente Vladimir Putin. De dónde surgen esos sentimientos va más allá de las circunstancias presentes y especulo que se asienta en la metafísica con que interpreta el mundo y las reglas que lo rigen, la base de su manera de pensar y obrar.

Esa mentalidad lo ha llevado a elevar el estado de alerta de las armas nucleares, ante el asombro de los expertos en política exterior. Putin asume personalmente la gran jugada y el peligro inherente de sufrir un accidente y de represalias por reveses relativamente menores en la guerra en Ucrania. Parece no entender que desde la Guerra Fría no ha existido una amenaza tan apocalíptica. La naturaleza política de la Rusia actual, una autocracia, lo coloca en situación de fundir en sí mismo las decisiones políticas y las personales; parece que Putin, y sólo Putin, puede decidir si lanzar misiles armados con armas nucleares.

Entender la manera de pensar de Putin es aventurarse a descifrar la psicología de un líder, una labor agotadora y con pocos augurios de éxito más cuando se trata de alguien que hace sus jugadas muy ocultas y personales. Es tan desconcertante que, simplemente podría estar elevando el estado de alerta de las armas nucleares como una pieza de su campaña de propaganda y desinformación. Si es así, sería mejor que Estados Unidos no reaccionara de forma exagerada, elevando su propio estado de alerta lo que bien podría aumentar el riesgo de un accidente nuclear.

Putin parece haberse rodeado en los últimos años de hombres que aplauden su visión de una recuperación de la grandeza de la Rusia Imperial y alimentan sus fantasmas de intenciones conspirativas occidentales, especialmente estadounidenses. Ha silenciado a la prensa y reducido la disidencia, lo que limita la oferta de ideas alternativas.  Construyendo, no interpretando, la metafísica de un mundo en el que Putin es el nuevo líder, el único que posee la capacidad de forjar una historia enaltecida para Rusia.

Putin parece haberse rodeado en los últimos años de hombres que aplauden su visión de una recuperación de la grandeza de la Rusia Imperial y alimentan sus fantasmas de intenciones conspirativas occidentales, especialmente estadounidenses.

Esa personalidad se ha forjado bajo algunos aspectos que conviene revisar. Su fantasía metafísica altera inevitablemente la requerida pureza de su epistemología, es decir sus medios de cognición. Para actuar con seguridad no alcanza con identificar lo que sé sino cómo es que puedo saber y la constitución del entorno de Putin, como dijimos favorece la creación de un episteme de fantasía, pero peligroso.

Ha construido una nostalgia imperial que en parte es genuina. Empleando atavíos nacionalistas como la ortodoxia rusa, la protección de los hablantes de ruso y las interpretaciones más conservadoras de la identidad nacional rusa reclama un pasado glorioso que, según él, debe restaurarse. Pero todo puede complicarse. Hace un año escribió un ensayo (no creo que acepte esa categoría) que revive los lazos de Moscú con la “Staraya Rus”, la Antigua Rusia. El problema es que está asentada en Kiev, en plena Ucrania, por lo que su constructo étnico es que los rusos y los ucranianos son un solo pueblo, ignorando toda opinión de lo contrario.

Es esta nostalgia selectiva, mal acuñada, lo que lo lleva a decir que la desaparición de la Unión Soviética es la mayor tragedia del siglo XX, donde Gorbachov y Yeltsin son dos líderes repudiables que liberaron a las repúblicas soviéticas para buscar su medida de independencia y soberanía.  En su mente esos errores pasados deben corregirse. La invasión de Crimea en 2014 fue uno de sus más claros esfuerzos por corregirlos. En 1997 un tratado entre Rusia y Ucrania estableció las fronteras de Ucrania, las mismas de la antigua República Soviética de Ucrania que incluía Crimea. Putin, Jefe Adjunto del Gabinete Presidencial, argumentó ferozmente en contra de este acuerdo. La invasión de Crimea en 2014, en su interpretación es algo así como su primer paso para corregir los errores del pasado.

Es esta nostalgia selectiva, mal acuñada, lo que lo lleva a decir que la desaparición de la Unión Soviética es la mayor tragedia del siglo XX, donde Gorbachov y Yeltsin son dos líderes repudiables que liberaron a las repúblicas soviéticas para buscar su medida de independencia y soberanía.

Como dijimos Putin está rodeado por un círculo interno que actúa como una fortaleza y que también regula qué información llega al jefe; sin manipularlo al menos le facilita la construcción de una realidad diferente. Y esto le gusta. Esto le permite sostener que la promesa verbal de no expansión de la OTAN es tan firme como un tratado. Sin embargo, prefiere olvidar selectivamente que en 2002 firmó la Declaración de Roma, que permitió más de una década de cooperación que benefició tanto a la OTAN como a Rusia. En ese momento, la OTAN ya estaba gestando sus primeras expansiones sobre los países del antiguo Pacto de Varsovia y los Estados bálticos. Esta parte de la historia ha sido borrada de la memoria y del mundo de Putin.

En ese mundo Ucrania es un galimatías incomprensible para Putin. Se ha convertido en una democracia, un poco desordenada pero viva que Putin no puede concebir. Su líder es un cómico, su sistema electoral es incontrolable, su gobierno, incluidos los servicios de seguridad, se reforma en direcciones inexplicables, pero estos factores están alejando a Ucrania cada vez más de la órbita de Rusia. Lo que lo lleva a despreciar el liderazgo y el sistema de Ucrania. Y lo peor: los ucranianos no saltan más cuando Putin lo dice. No es posible en la mente de Vladimir que estos “hermanos rusos” se hayan descarriado de esa manera, hay que corregir ese desmadre.

En su mundo prolijo e imperial no cabe la realidad que todos vivimos, y como no lo comprendemos prefiere convencernos por la fuerza de su conducta de “guapo mundial”. Y no sólo lo manifiesta en actos puramente políticos, sino que le agrega detalles personales. En 2007 sabiendo que Angela Merkel tenía un miedo mortal a los perros, Putin llevó su gigantesco labrador negro a una reunión con la Canciller. Por supuesto que ella estaba visiblemente asustada, y él quedó contento con su actitud de matón. Menos gracia le hicieron los comentarios de Merkel: «Entiendo por qué tiene que hacer esto: para demostrar que es un hombre… Tiene miedo de su propia debilidad«. En su propia conducta de bravucón anida su fragilidad de niño. Aun asustando al mundo con el ejército ruso y feroces acciones de guerra, estamos frente a una personalidad inestable, lo que lo hace doblemente peligroso.

Está en la última etapa de su gobierno autocrático, y debe equilibrar y negociar entre los poderosos que lo necesitan para mantener su propio poder pero que ya están compitiendo para sucederlo.

Otro factor a tener en cuenta es que Putin cumple 70 años este año. Está en la última etapa de su gobierno autocrático, y debe equilibrar y negociar entre los poderosos que lo necesitan para mantener su propio poder pero que ya están compitiendo para sucederlo. También el pueblo ruso está cada vez menos confiado en su gobierno, aunque de momento esto no tiene un peso político importante, afecta su autoestima. Su método de “supervivencia” es mantener a todo el mundo desconcertado, y alegar una amenaza externa existencial es un método tradicional de hacerlo.

Otro desafío se produjo cuando en 2007 Rusia declaró que ya no cumpliría con el Tratado de las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa de 1989-1992 que limitaba las fuerzas de los países europeos desde el Atlántico hasta los Urales. Es por eso que en la crisis actual, Putin ha repetido con frecuencia que debe tener derecho a mover sus propias fuerzas en territorio ruso.

Parece que lo que está consumiendo a Putin es una combinación peligrosa de agravio personal, comportamiento intimidatorio, desprecio por sus adversarios y su obsesión por mantenerse en la cima del sistema ruso. Una parte también puede ser su sensación de amenaza genuina, percibida desde su aislamiento. Es necesario comprender esta condición personal de Putin para tratar de alejarlo y alejarnos del precipicio. Nadie ha encontrado los medios hasta ahora para lograrlo. El presidente Macron de Francia todavía lo está intentando con pocas luces y menos comprensión. Quizás ahora que China se ha interesado en facilitar la diplomacia entre Ucrania y Rusia, el presidente Xi Jinping sea quien pueda hacerlo.

Pero además de una condición personal que le proporciona una visión propia del mundo, hay también un elemento intelectual externo en su formación que algunos afincan en un personaje: Iván Aleksándrovich Ilyín, como lo ha señalado el historiador Timothy Snyder en sus obras “El camino hacia la no libertad” e “Iván Ilyín, el filósofo de Putin del fascismo ruso”. Su influencia sobre Putin es tan grande que estuvo personalmente involucrado en el desplazamiento de sus restos de vuelta a Rusia, y en 2009 consagró su tumba.

Ilyin escribió numerosos libros que proponían un orden político fascista en Rusia. Según Ilyin, la misión de Rusia es salvaguardar la “civilización y el bien” produciendo un gran líder que salvará a Rusia y vencerá al otro malvado: Occidente. Una proyección a la medida de Putin.

Iván Ilyín poseía su propia cosmovisión paranoica y de emigrado ruso blanco y apologista nazi de mediados del siglo XX. Era un reaccionario flagrante y mimado por Hitler. Sus visiones sobre el poder, el control y el lugar de Rusia en el mundo le ganaron seguidores en ese país después de la caída del Muro de Berlín. Ilyin escribió numerosos libros que proponían un orden político fascista en Rusia. Según Ilyin, la misión de Rusia es salvaguardar la “civilización y el bien” produciendo un gran líder que salvará a Rusia y vencerá al otro malvado: Occidente. Una proyección a la medida de Putin.

A medida que progresaba la Guerra Fría, Ilyin se convenció cada vez más de que Occidente estaba ansioso por ver la destrucción de Rusia y haría lo posible para lograr una fragmentación interna. Una vez que Occidente, encabezado por Alemania, se anexionara Ucrania (si Ucrania), usaría esa posesión para socavar el poderío del Estado ruso. Para Ilyin no existía una nación ucraniana, de modo que los ucranianos no tenían derecho formar ningún Estado. Así para Rusia, la pérdida de Ucrania sería fatal y conduciría a un mayor desmembramiento y desintegración de la nación. La lectura de estas ideas tiene que haber impresionado mucho a Putin, e impulsarlo a convertirlas en realidad.

Ilyin argumenta que durante este proceso, Occidente usaría las ideas de ‘democratización’, ‘federalización’ y ‘triunfo de la libertad’ contra Rusia con un solo propósito: debilitarla.

Este elenco de propuestas fascista extremas, unido a la vulnerabilidad personal de Putin da lugar a su propia comprensión y reacción frente a su experiencia de Rusia desde la caída de la Unión Soviética, vista como atrapada en una humillación implacable y continua. Para Putin la historia reciente es la de un Occidente que se deleita con haber ganado la Guerra Fría, y que despoja a Rusia de muchas de las antiguas repúblicas convirtiéndolas en marionetas occidentales, como profetizó Ilyin, aunque con Estados Unidos a la cabeza en lugar de Alemania como la principal fuerza directriz.

La OTAN llega a la frontera de Rusia. Estados Unidos se apodera intolerablemente de la riqueza mundial. Una mentalidad basada en categorías dualistas rígidas. El Yo es exaltado y poderoso, destinado por la historia a ser victorioso sobre todos los enemigos, que se derrumban en exageraciones casi cómicas del “MAL”. En la extensión totalizadora del pensamiento dualista, el otro malvado debe ser exterminado. La paranoia, en otras palabras, se encuentra en el corazón de esta mentalidad fundamentalista, al igual que el extremo de tal mentalidad tiende hacia lo apocalíptico. Literatura y cosmovisión unidas en la mente de Putin.

En esas circunstancias las reacciones son más comunes que lo que puede advertirse; las dudas son ciertas y verdaderas para un esposo engañado, para una pandilla que defiende sus territorios o para una nación que se siente rodeada y amenazada. Sintiéndose avergonzado y asediado, uno ataca primero para evitar el peligro imaginado que representa el otro y para restaurar la integridad del Yo dañado.

La proyección psico-social de este entuerto puede interpretarse en desde la dinámica de los grupos sociales. El daño ocasionado en el sentido de identidad del grupo, en este caso la nación rusa, es visto además como forma de pérdida de poder, descrédito de su ideología, deterioro económico y político que resultan en vergüenza, humillación y rabia en el grupo y los individuos estrechamente identificados como parte del grupo; en el caso de Vladimir él es el individuo y el grupo. Esto conforma una organización paranoica del conocimiento que con demasiada facilidad puede resultar en violencia. La humillación, el desprecio, se hacen intolerables. Como solución el otro debe ser eliminado. En esas circunstancias las reacciones son más comunes que lo que puede advertirse; las dudas son ciertas y verdaderas para un esposo engañado, para una pandilla que defiende sus territorios o para una nación que se siente rodeada y amenazada. Sintiéndose avergonzado y asediado, uno ataca primero para evitar el peligro imaginado que representa el otro y para restaurar la integridad del Yo dañado.

La narrativa, discursos y conferencias de prensa recientes de Putin sugieren que puede presentar una mentalidad paranoica, intelectualmente construida por Ilyin y reforzada por su experiencia de vida. También parece tener una respuesta de miedo y pavor a la pandemia. Esas enormes mesas en las que entrevista a visitantes extranjeros –la visita de Macron- y la extrema distancia entre él y sus asesores advierten de una necesidad exagerada de aislamiento de otros potencialmente contaminados. Esto no es más que una ansiedad ante la muerte que puede haber amplificado su angustia existencial.

Los líderes paranoicos -no tan paranoicos- a menudo inician guerras por la certeza de su misión histórica y la necesidad de exterminar a los «otros malvados» que impiden la realización de sus grandiosos objetivos. Por eso mismo tampoco pueden aceptar la derrota. El ejemplo extremo fue Adolph Hitler, quien, mientras los nazis enfrentaban la derrota en todos los frentes, ordenó a von Choltitz incendiar París y a Albert Speer destruir Berlín. El significado de estas órdenes era que si Hitler moría, el mundo también debía perecer. Si en muchas cosas Putin no se parece a Hitler, en otras está peligrosamente cerca, y Hitler no tenía armas nucleares.

Este rompecabezas de la mentalidad de Putín que es tan paranoico que parece inconexo, da pocas esperanzas de futuro. Pero es innegable que la construcción de acciones previas a la guerra, aunque desconcertantes, muestra una inteligencia notable y no tan alocada y bastante centrada en su equilibrio entre objetivos y acciones. Aunque es difícil diferenciar entre sus amenazas publicitarias y sus amenazas reales.

Muchos piensan o anhelan un golpe que derroque a Putin, ya sea por el pueblo ruso o por su círculo íntimo. Me parece que eso está alejado de la historia y la realidad rusa. A lo más esas fuerzas lo llevarán a reevaluar la situación y realizar una especia de control de daños que, aun así lo muestre como vencedor, pero no más.

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