En 2012 salió de imprenta un libro que hizo bastante ruido en su momento: Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James Robinson. El texto fue recibo con beneplácito por brillantes intelectuales del ámbito económico y de la investigación histórica. Todos ellos alababan la capacidad de síntesis expositiva y el poder explicativo de las conclusiones a las que llegaban Acemoglu y Robinson.

Acemoglu y Robinson construyen dos grandes conjuntos de instituciones factibles de darse en los distintos países, asignándoles un mote calificativo: instituciones inclusivas e instituciones extractivas.
La búsqueda de la respuesta a la pregunta del título constituye el motor que impulsa a los autores a indagar a lo largo de la historia de la humanidad y en distintas localizaciones geográficas, a fin de detectar elementos que, adecuadamente articulados, permitan construir un modelo explicativo que dé sustento a la respuesta que pretendían alcanzar. Es de sobra conocido que su modelo hizo hincapié en la pobreza o riqueza de los países como producto del tipo de instituciones políticas y económicas que hayan desarrollado.
Acemoglu y Robinson construyen dos grandes conjuntos de instituciones factibles de darse en los distintos países, asignándoles un mote calificativo: instituciones inclusivas e instituciones extractivas. Para ellos, más allá del momento histórico de que se trate o del territorio donde se desenvuelvan, los gobiernos de cualquier sociedad humana desembocarán institucionalmente en alguno de esos dos grandes grupos. Las instituciones inclusivas impulsarán crecimiento económico, prosperidad y riqueza social, mientras que las extractivas solo generarán estancamiento económico, pobreza y declinación nacional.
Si bien algunos críticos insinúan que hay rigideces interpretativas dentro del esquema del libro de Acemoglu y Robinson, como así una cierta impronta tautológica, a la par que otros ven una innecesaria atención puesta en el tema de la “igualdad” entre los países, lo cierto es que el modelo propuesto por los autores tiene el atractivo de sintetizar (y simplificar) en unos pocos factores la complejidad enorme del proceso histórico de las distintas sociedades que analizan. Debe remarcarse que los autores logran, por cierto, escapar de cualquier tentación determinista, en tanto que dejan lugar a que lo circunstancial (el “accidente histórico”) pueda ocurrir o no, por lo cual nada está definido de antemano (como sí lo está, por ejemplo, en el esquema marxista).

En el análisis guiado por Acemoglu y Robinson, las instituciones políticas guían el desarrollo de su marco institucional económico, con uno u otro rasgo definitorio: la inclusividad o la orientación extractiva.
La clave del aporte de Acemoglu y Robinson reside en que nos proveen de una “caja de herramientas” adecuada para trabajar en la indagación de la realidad, en procura de construir explicaciones específicas para dicha realidad. El tomar ese modelo explicativo como un todo monolítico, aplicable sin la adecuación a una realidad específica, implica correr el riesgo de pasar por alto circunstancias concretas que moldean determinados perfiles del modelo. Aquella “caja de herramientas”, entonces, nos provee de una guía heurística para el análisis activo, sin caer en la mera réplica modélica y acrítica.
Las instituciones políticas y económicas que se dan los países, sean de cuño inclusivo o extractivo, se desenvuelven en el marco del llamado “círculo virtuoso” (las inclusivas) o dentro de un “círculo vicioso” (las extractivas). En el análisis guiado por Acemoglu y Robinson, las instituciones políticas guían el desarrollo de su marco institucional económico, con uno u otro rasgo definitorio: la inclusividad o la orientación extractiva.
Las instituciones extractivas tienden a la concentración del poder político y la riqueza en manos de un pequeño grupo, que se opone a todo cambio (político, comercial, tecnológico o incluso, cultural) que pueda poner en jaque su dominio. En tanto esto, estas instituciones funcionan dentro de un círculo vicioso, donde para perdurar requieren de mayor capacidad extractiva, de anulación de toda iniciativa disruptiva y de mantenimiento férreo del statu quo.
Por su parte, las instituciones inclusivas son las que propulsan la desconcentración de la riqueza y el poder político, generándose un círculo virtuoso donde imperan tres factores claves: los derechos de propiedad, la seguridad jurídica y la democracia representativa. En el contexto virtuoso se dan las condiciones para que generen procesos de destrucción creativa, condición sine qua non para el crecimiento económico y la mejora social. Los autores mencionados llegan a este punto retomando la elaboración que un siglo antes hizo Joseph Schumpeter.
Schumpeter buscó explicar los ciclos económicos recurriendo a la idea de “choques de oferta” que alteraban la relación de equilibrio entre precios y costos de producción. Esos choques los denominó “innovación”, la cual consistía en la introducción en el mercado de un producto, servicio, proceso o destino de la producción, que originaba un cambio positivo en aquella relación de equilibrio. El éxito del innovador incentivaba a que otros agentes imiten la estrategia, movilizando recursos hacia “lo nuevo”, dando lugar a que los beneficios que hasta ese momento obtenían los innovadores, comiencen a disminuir, tendiéndose a alcanzar una nueva relación de equilibrio. Así, como se desprende fácilmente, el motor de todo el proceso era la innovación.

Un repaso a la historia argentina del último siglo y medio permite apreciar que no aplica ninguna de las dos formas puras: ni una configuración institucional plenamente inclusiva, ni una totalmente extractiva. En todo caso, se puede identificar un fluir desde la primera configuración a la segunda, agudizándose desde la mitad del Siglo XX.
En el devenir de dicho proceso, los agentes transfieren recursos aplicados anteriormente a los productos, servicios, procesos o destinos correspondientes al punto de equilibrio previo, hacia los nuevos, dando lugar a lo que se denominó -años después- “destrucción creativa”: de las entrañas de lo viejo surge lo nuevo, que reemplaza a aquel. En este movimiento continuo reside el punto central del círculo virtuoso antes mencionado.
La aplicación del modelo heurístico antes mencionado al caso argentino expone con claridad la necesidad de utilizarlo, precisamente, como “caja de herramientas”. Un simple repaso a la historia argentina del último siglo y medio permite apreciar con claridad que no aplica ninguna de las dos formas puras: ni una configuración institucional plenamente inclusiva, ni una totalmente extractiva. En todo caso, se puede identificar un fluir desde la primera configuración a la segunda, agudizándose desde la mitad del Siglo XX.
El derrotero clásico derivado del modelo de Acemoglu y Robinson recorre estos pasos claves:
- Gobierno representativo
- Liberalismo económico
- Eliminación de monopolios
- Fomento de la libre competencia
- Impulso a la iniciativa privada
- Desarrollo de la ciencia y la tecnología
En el modelo aplicado, y Argentina fue condicente con esto entre el último tercio del Siglo XIX y mediados del Siglo XX, este listado se sustenta en los tres factores claves de todo círculo virtuoso que más arriba se mencionaron.
Sin embargo, a partir de mitad del siglo pasado, el círculo virtuoso fue deteriorándose, impidiendo que los procesos de “destrucción creativa” discurran según su propio ritmo y paso, ganando espacio un conjunto de agentes que, encaramados en -o con apoyo de- el Estado, comenzaron a delinear instituciones políticas extractivistas, que redundaron, necesariamente, en instituciones económicas del mismo cuño. Pero, debe insistirse, de modo no puro, sino generándose un híbrido que si bien arrojó (y arroja) resultados conducentes a un fracaso como país, a la vez difuma la disección del modelo realmente existente, bajo una niebla que aparenta las formas de una democracia moderna y una economía capitalista.

El modelo hibrido que padece Argentina, con fuerte impronta extractivista, es beneficioso para determinados agentes (la “élite” a la que se refieren Acemoglu y Robinson), para quienes la destrucción creativa significaría la pérdida de su poder económico y político.
Se podrá alegar que aún con un modelo institucional extractivo, un país puede crecer a largo plazo, y remitir al ejemplo de la Unión Soviética: particularmente, bajo la hegemonía estalinista, la URSS pudo crecer adoptando innovaciones tecnológica ya desarrolladas en Occidente, y apelando a un férreo control de la población, orientándola a un trabajo duro y constante. Sin embargo, una vez que el poder expansivo de aquella adopción imitativa se agotó, el crecimiento económico soviético se estancó. Y esto se debió a la falta de innovaciones, a la falta de destrucción creativa. Las instituciones extractivas soviéticas podían obligar a la población a trabajar sin cesar, pero eran ineficaces para obligar a esa misma población a ser innovadora.
El modelo hibrido que padece Argentina, con fuerte impronta extractivista, es beneficioso para determinados agentes (la “élite” a la que se refieren Acemoglu y Robinson), para quienes la destrucción creativa significaría la pérdida de su poder económico y político. De ahí la resistencia al cambio; de ahí la consolidación de las instituciones que aseguren esos beneficios, consolidación que es impulsada por un heterogéneo conjunto social y político-partidario, no siendo asimilable a la noción tradicional de “élite”.
El afianzamiento de un círculo virtuoso, sustentado en la innovación al estilo schumpeteriano, implica la desaparición de negocios, empresas, sectores y privilegios arraigados en el modelo imperante previamente. Es decir, la destrucción creativa genera ganadores y perdedores, sea que dicho proceso ocurra dentro del modelo clásico virtuoso, o se desenvuelva en un esquema híbrido como el argentino. Los beneficiarios del modelo extractivista se oponen a toda innovación disruptiva, a avanzar hacia la vigencia de un círculo virtuoso, no por necios, no por ignorantes, sino, precisamente, porque entienden a la perfección lo que implica ese cambio. Un ejemplo sencillo: la oposición del entramado sindical argentino a cualquier atisbo de transformación del régimen laboral en el país, se fortalece no en la defensa de los trabajadores supuestamente perjudicados por dicho cambio, sino por la pérdida de beneficios y prerrogativas que implicaría para aquel entramado.

Los beneficiarios del modelo extractivista se oponen a toda innovación disruptiva, a avanzar hacia la vigencia de un círculo virtuoso, no por necios, no por ignorantes, sino, precisamente, porque entienden a la perfección lo que implica ese cambio.
El retomar el patrón de crecimiento económico y social imperante en Argentina entre el último tercio del Siglo XIX y mediados del Siglo XX implica, ineludiblemente, la configuración de un círculo virtuoso sustentado en procesos de destrucción creativa. Quiénes y cómo impulsarían dicho proceso, que no es otra cosa que el tránsito desde instituciones extractivas hacia instituciones inclusivas, es la gran incógnita nacional. Acemoglu y Robinson señalan, apelando a ejemplos históricos -como el australiano- que ese tránsito es posible, indicando que el elemento clave que lo puede (o no) facilitar es la voluntad política.
Esta misma aseveración es válida para Argentina: el retomar la senda de crecimiento económico y de progreso social, junto a la reversión de la decadencia cultural, es, antes que nada, una cuestión de voluntad política. La fragmentaria, débil e inconclusa experiencia de la década de 1990, es un buen ejemplo de la importancia clave de la voluntad política para encarar cambios institucionales desde lo económico.
Plantear un tránsito hacia un modelo institucional inclusivo requiere conocimiento acabado de la realidad nacional y global, de sólidos equipos profesionales, del abandono de egos personales, de dejar de lado la concepción circense de la política, de romper todo lazo de contacto con la partidocracia tradicional, de fortaleza personal para asumir la responsabilidad y hacer frente a las consecuencias sociales y económicas que apareja la destrucción creativa, y, fundamentalmente, de voluntad política.
Todas estas, cosas que parecen muy alejadas del horizonte político argentino de nuevo cuño.