A mediados de la década de 1940, von Neumann y Morgenstern, con su famoso “Theory of games and economic behavior” asentaron las bases de lo que se conoce como “teoría de la utilidad esperada”. En la práctica, los autores planteaban un “how do” en el tema de la toma de decisiones racionales. Dicha teoría marcó (y en alguna medida, continúa marcando) el desenvolvimiento de múltiples disciplinas, empezando por la economía y la politología.

Una de las reglas principales (sino la principal) de la “teoría de la utilidad esperada” es la de la transitividad, que señala que para que las decisiones sean racionales, las preferencias por las que se opten deben ser consistentes.
Sin embargo, ya a inicios de la década de 1950 se comenzó a demostrar (a través de la llamada “paradoja de Allais”) que aún aquellos fervientes difusores de dicha teoría, cuando debían realizar operaciones cotidianas (elecciones sencillas, no sofisticadas inversiones, por ejemplo), no la aplicaban en forma perfecta.
Una de las reglas principales (sino la principal) de la “teoría de la utilidad esperada” es la de la transitividad, que señala que para que las decisiones sean racionales, las preferencias por las que se opten deben ser consistentes. Sin embargo, una serie de experimentos escalonados a lo largo de los años, llevados adelante por diversos investigadores de la economía y la psicología, verificaron que la acción concreta que desarrollan las personas no era condicente plenamente con la utilidad esperada, es decir, no operan racionalmente en un todo.
Lo elaborado por von Neumann y Morgenstern era, en esencia, una teoría normativa (que indicaba cómo se debía actuar acorde a la lógica), pero los resultados experimentales mostraban que el ser humano no tomaba decisiones según esa perspectiva. Se inició así un nuevo campo de investigación tendiente a explicar esa anomalía, cuyo aporte inicial más relevante fueron los trabajos de Kahneman y Tversky, quienes primeramente se dedicaron a describir las decisiones que realmente tomaban los sujetos experimentales y, posteriormente, delinearon un enfoque predictivo, que permitió explicar esos comportamientos.

El punto de referencia sobre el que nos situemos delinea no sólo la decisión que se adoptará, sino también las reacciones que se nos generan en relación a dichas decisiones.
Kahneman y Tversky llamaron a su desarrollo “teoría de las perspectivas”, y se diferencia de la anteriormente mencionada en que considera que las personas no toman decisiones considerando la globalidad de la situación, sino que focalizan en las variaciones puntuales que pueden suceder al tomar la decisión. Y, si se focalizan en las variaciones, la clave pasa porque cada individuo toma un punto de referencia respecto del cual considerar las variaciones posibles y las decisiones que se tomen. A su vez, los puntos de referencia de cada persona no son fijos ni inmutables, sino que varían de acuerdo a las múltiples decisiones que se tomen: ante cada cambio post-decisiones, la nueva situación se transforma en el punto de referencia vigente. La relevancia de los puntos de referencia no es menor: son los que nos permiten evaluar un mismo factor, suceso o situación de distinto modo, según la referencia que se tome. Si probamos una taza de café con seis cucharadas de azúcar, y luego otras con una cucharada, y finalmente una tercera taza con tres cucharadas, esa tercera taza nos parecerá amarga en relación a la primera, y dulce en relación a la segunda: nuestra evaluación sobre la tercera taza cambiará según nos situemos en la primera o en la segunda.
El punto de referencia sobre el que nos situemos delinea no sólo la decisión que se adoptará, sino también las reacciones que se nos generan en relación a dichas decisiones. Si el punto de referencia es “tengo hambre”, y la decisión es ir a un restaurante “tenedor libre”, los primeros bocados nos saciarán y los valoraremos mucho más que el bocado vigésimo noveno, porque la referencia “tengo hambre” se ha corrido veintiocho bocados desde el punto de arranque. Este proceso de cambio valorativo se denomina “disminución de la sensibilidad”.
Complementariamente a esto último, Kahneman y Tversky detectaron que las personas lamentan (sufren) más una pérdida, de lo que valoran (disfrutan) una ganancia; a eso lo llamaron “aversión a las pérdidas”.
Las tres cuestiones mencionadas:
- punto de referencia,
- disminución de sensibilidad
- aversión a las pérdidas
cuando se combinan en los experimentos conductuales con la apreciación de probabilidades por parte de los seres humanos, delinean otra arista que define el proceso realmente existente en la toma de decisiones: la sobrevaloración o la subvaloración de la ocurrencia de un fenómeno o hecho determinado. Las personas tienden a asignar valores en proporción distinta a la probabilidad de ocurrencia, generándose el llamado “efecto posibilidad”, cuando se sobreestima la probabilidad, y el “efecto certeza”, cuando se la subestima.

La arista que define el proceso realmente existente en la toma de decisiones: la sobrevaloración o la subvaloración de la ocurrencia de un fenómeno o hecho determinado.
La combinación metodológica entre la “teoría de las perspectivas” y los dos efectos recién mencionados permitió a Kahneman y Tversky construir un encuadre analítico de la toma de decisiones denominado “patrón de preferencias” (o “patrón de cuatro”), que contribuye a explicar el comportamiento decisorio humano en un contexto de incertidumbre (cuándo se rehúye el riesgo y cuándo se lo busca).
Básicamente, el patrón 4 implica que:
- Las personas rehúyen del riesgo cuando existe una gran posibilidad de ganar y una muy pequeña de perder (“más vale pájaro en mano que cien volando”, dice el refrán).
- Las personas aceptan el riesgo, desechando alternativas seguras, cuando la ganancia potencial es muy grande pero altamente improbable (por eso se opta por apostar dinero en lotería o juegos similares).
- Las personas rehúyen el riesgo cuando existe la posibilidad de una gran pérdida, aunque esta tenga muy baja probabilidad de que ocurra (de esto se nutre la industria del seguro).
- Las personas aceptan el riesgo cuando existe la posibilidad de una gran pérdida con alta probabilidad de ocurrencia, si ese riesgo les permitiera eludir dicha pérdida (es el caso típico del jugador endeudado que pide un préstamo usurario para destinarlo a una apuesta final, con la que piensa revertir su situación).
El “patrón de preferencias” rige para todo el ámbito decisorio del ser humano, inclusive para las decisiones electorales que, obviamente, inciden directamente en las condiciones de vida presentes y en la proyección de cada individuo integrante de la sociedad.

El “patrón de preferencias” rige para todo el ámbito decisorio, inclusive para las decisiones electorales que, obviamente, inciden directamente en las condiciones de vida presentes y en la proyección de cada individuo.
La postura más corriente es la primera señalada: ¿para qué me voy a arriesgar a una alternativa nueva, distinta, que pudiera generar un cambio positivo en el presente y en el futuro, si puedo continuar votando lo que ya conozco, que será mediocre pero a la que ya le conozco las mañas? En otras palabras: “prefiero malo conocido que bueno por conocer”. Me aseguro una ganancia modesta (el “malo conocido”) y evito el riesgo (que el “bueno por conocer” resulte un fiasco).
Sin embargo, desde el punto de vista analítico, la postura más interesante es la última indicada: frente a un horizonte social y económico nefasto (la gran pérdida potencial), con alta probabilidad de perdurar electoralmente, dada la similitud de accionar y de resultados alcanzados por parte de los dos partidos tradicionales, estoy dispuesto a asumir el riesgo de votar por algo nuevo, disruptivo (“total, perdido por perdido, pruebo con este”).
El triunfo presidencial de D. Trump en 2016 puede asimilarse a ese escenario: en Estados Unidos se enfrentaban serios problemas y debilidades internas y externas, y la mayoría de los electores prefirió asumir el riesgo de elegir a un advenedizo a la política partidocrática, impredecible en muchos aspectos, que tenía baja probabilidad de ganar según las encuestas electorales, como apuesta para la recuperación del país (es decir, para eludir la gran pérdida con alta probabilidad de ocurrencia mencionada).
En Argentina, los patrones 1 a 3 son el ámbito natural de desenvolvimiento de los partidos políticos tradicionales, más allá de los nombres y alianzas de fantasía, y la sucesión de elecciones a lo largo de los años que fueron resultado de alguno de esos patrones, desembocó, como era inexorable, en un cuadro de situación propio del patrón 4.
Sabemos, según se señaló, que los individuos no eligen según los preceptos lógicos de la “teoría de la utilidad esperada”, sino que su comportamiento se explica, más que nada, por la “teoría de las perspectivas”, cuya aplicación nos permite entrever el patrón eleccionario transcrito. En tanto esto, llegado a un escenario donde se dan condiciones objetivas de elevado riesgo presente y futuro (la actual situación económica y social argentina, y su proyección), es dable plantear que existe la posibilidad de estar frente a un potencial patrón 4.

Las agrupaciones políticas no tradicionales deben generar las condiciones de atracción para que el elector asuma el riesgo inherente al patrón 4. La realidad ya hace lo suyo, ahora es el turno de hacer política en serio.
Pero para que se materialice dicho patrón se deben alinear los incentivos al elector. La realidad social y económica hacen su parte (configurar una gran pérdida con alta probabilidad de ocurrencia), por lo que toca generar las condiciones para que el individuo acepte asumir un riesgo, sumergirse en la incertidumbre que le genera optar por una propuesta disruptiva, y termine decidiendo por aceptar el riesgo de lo nuevo, en pos de evitar aquella gran pérdida.
Y esas condiciones que impulsen la elección pasan por conformar una alternativa atractiva, sólida, que se aleje del espectáculo circense con personajes payasescos, con conocimiento de la realidad, con propuestas concretas que asuman las limitaciones que le impone esa realidad, pero que a la vez no rehúyan asumir los costos de realizar las transformaciones de fondo que el país necesita.
Queda en manos de las agrupaciones políticas no tradicionales generar las condiciones de atracción para que el elector asuma el riesgo inherente al patrón 4. La realidad ya hace lo suyo, ahora es el turno de hacer política en serio.