Política

Soñar con el pasado, el pecado argentino

El ignorar las falencias en los procesos que son núcleo histórico del relato retrospectivo conlleva un campo propicio para incurrir nuevamente en ellas

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De entre los muchos sesgos cognitivos que afectan al ser humano, hay uno en particular que altera su percepción de la realidad, impulsándolo a la toma de decisiones erradas, tanto para el presente como para el futuro; se trata del sesgo denominado “retrospección idílica”.

La “retrospección idílica” es un proceso psicológico que ocasiona que la persona que lo detente juzgue el pasado de un modo superlativamente positivo, a la par que eso conlleva una valoración negativa del presente y aún, del futuro.

Entremezclado en notas de difusión de diarios y revistas, se suele mencionar ese sesgo en relación a las relaciones amorosas, en particular cuando se aborda la cuestión de las rupturas o, al contrario, cuando una de las partes de la pareja no acepta la finalización de la relación porque tiene su mirada anclada en el pasado, en los inicios de la misma.

Pero más allá de esa aplicación, la “retrospección idílica” tiene un papel importante en el desenvolvimiento del ser humano en tanto especie, como así también en cada individuo en sí.

En qué consiste? Básicamente, este sesgo se trata de un proceso psicológico que ocasiona que la persona que lo detente juzgue el pasado de un modo superlativamente positivo, a la par que eso conlleva una valoración negativa del presente y aún, del futuro.

Desde el punto de vista evolutivo, la especie humana desarrolló esta “ventaja” mental, al recordar los eventos de su vida desde una perspectiva positiva, facilitándole “descartar” recuerdos negativos que funcionarían como una carga en su devenir, dificultando su capacidad de adaptación y supervivencia. Considerado desde el punto de vista individual, la “retrospección idílica” se vincula con el proceso mental de simplificación y exageración de recuerdos que realiza el cerebro, a fin de eliminar detalles que harían “más pesado” ese recuerdo, consumiéndose así más energía neuronal cuando por distintos motivos se deba traer dicho recuerdo al presente.

Los primeras referencias científicas a este sesgo datan de la década de 1950, pero recién en 1994 se torna un concepto de uso amplio en el mundo de las ciencias cognitivas, gracias al trabajo de Mitchell y Thompson, “A theory of temporal adjustments of the evaluation of eventsRosy Prospection & Rosy Retrospection«.

Mitchell y Thompson describen y explican el proceso de “retrospección idílica” en base a la configuración y desarrollo de tres grandes componentes. El primero de ellos es el que da lugar a la reconsideración de los recuerdos: cada vez que se trae un recuerdo, la mente lo reconsidera y reevalúa la sensación de la persona respecto del mismo. En otras palabras, cada vez que se piensa en un evento determinado, al volver a “guardarlo” en la memoria, ya no es el mismo recuerdo, sino uno reconfigurado: se archiva una copia ligeramente distinta al original, en la que pesan más los aspectos positivos del evento.

El proceso “creativo” de la memoria no se trata de que la mente nos “engañe”, sino que constituye un procedimiento de adaptación y supervivencia del hombre frente a un mundo hostil, que ha ido evolucionando a lo largo de la historia humana.

El segundo componente es el llamado “muestreo selectivo”, que implica que la mente va anulando (“borrando”) de la memoria las malas experiencias. Cada vez que se piensa en un evento, se produce un fortalecimiento de la vía neurológica entre las neuronas que crearon ese pensamiento. Ese robustecimiento neuronal facilita que sea más fácil recuperar más adelante la información contenida en dicho evento recordado. Al recordarse aspectos positivos de los eventos, el neurotransmisor involucrado libera serotonina, la cual genera una sensación de bienestar en la persona, por lo cual se crea un incentivo a desarrollar esos recuerdos positivos: cuánto más recuerdos positivos desarrolle una persona, mejor se sentirá, dada aquella liberación de serotonina. Los recuerdos neutros -ni positivos ni negativos- y los recuerdos negativos pero que no generan estrés, tienden a desvanecerse rápidamente, puesto que no se encuentra involucrada ninguna liberación de aquel neurotransmisor. Los recuerdos negativos y estresantes son “guardados” como información más o menos de fácil acceso para la mente, pero sometida a un rápido proceso de desvanecimiento en la memoria. De resultado de esto, este componente redunda en una persistencia de los recuerdos positivos.

El tercer componente que señalan Mitchell y Thompson es el que involucra procesos de construcción y reconstrucción optimista de los recuerdos. Esto consiste, en la práctica, a “agregar” aspectos positivos a un recuerdo, que en realidad no sucedieron. Las personas realizan esta operación mental para crear una imagen que coincida con lo que anticipadamente sostenían que sería o implicaría el evento que da origen al recuerdo. El hipocampo cerebral interviene en este proceso, funcionando como un “editor de contenidos”, creando recuerdos y retocando otros a fin que cumplan con los requisitos de coincidencia mencionada. A modo de un rompecabezas, la mente combina las experiencias del pasado y del presente, junto a los recuerdos “construidos”, a fin de que las piezas encajen entre sí, configurándose la imagen que se quiere proyectar y/o preservar. Tal como se afirma en distintos estudios, este proceso constituye una estrategia adaptativa útil para afrontar los obstáculos que se enfrenten en la experiencia del presente.

La combinación de los tres componentes reseñados da lugar a una recreación del pasado que es utilizada como guía para la acción o para el análisis del presente y, quizás, del futuro. Martínez-Conde y Macnik señalan que este proceso “creativo” de la memoria no se trata de que la mente nos “engañe”, sino que constituye un procedimiento de adaptación y supervivencia del hombre frente a un mundo hostil, que ha ido evolucionando a lo largo de la historia humana.

Estos procesos mentales descritos en torno al accionar del individuo, también ocurren desde una óptica social. Cuando un grupo humano determinado comienza a idealizar determinado momento del pasado, exaltando personajes o sucesos, y contrastándolos contra un presente o un eventual futuro, ambos conceptualizados como negativos o decadentes, se genera una proceso de “declinismo”.

Cuando un grupo humano determinado comienza a idealizar determinado momento del pasado, contrastándolos contra un presente o un eventual futuro, ambos conceptualizados como negativos o decadentes, se genera una proceso de “declinismo”.

El término “declinismo” fue acuñado por Samuel Huntington hacia mediados de la década de 1980, para dar cuenta de ese enfoque (realzar un mítico pasado glorioso frente a un presente decadente y un futuro poco prometedor), pero analizándolo desde una óptica positiva; para Huntington, la difusión de visiones “declinistas” podía servir como una advertencia de los peligros que se enfrentan en el presente y que, por lo tanto, estarían a tiempo de ser modificados. Sin embargo, otros analistas lo consideran como una potencial expresión de “profecía autocumplida”: al proclamarse que el presente es malo, en contraste con un pasado glorioso, se acicatea a los individuos a actuar como si efectivamente fuese así, aun cuando indicadores objetivos pudieran exponer un cuadro contrario.

La “retrospectiva idílica” y el “declinismo” constituyen poderosas fuerzas motoras del accionar político de los individuos y grupos sociales, seleccionando eventos de un determinado lapso pasado, de importancia individual o social, que les permiten alimentar su relato. En esa selección se descontextualiza el evento y se apela a una particular sinécdoque, donde el evento seleccionado explica y valoriza la totalidad del lapso temporal referenciado.

Frente a un presente político, económico y social muy difícil, con indicadores de distinto tipo que exponen la debilidad estructural y dinámica del país, es lógico que distintos grupos comiencen a “recortar el pasado”, idealizando determinados momentos y sucesos, sin realizar una evaluación crítica de la globalidad a la que reivindican. Cuanto peor resulta el presente, más se radicaliza el “declinismo”, al igual que la “retrospectiva idílica” individual.

El contraste con la estabilidad inflacionaria de la Ley de Convertibilidad contribuye a recrear el recuerdo de una época en la cual todo funcionaba maravillosamente. Y esa inflación anual contabilizada sólo con un dígito entre 1993 y 1999, funciona como sinécdoque, llevando a todo el período como una “época dorada”, una Arcadia perdida a la que es necesario regresar.

Dos ejemplos claros de estos procesos son la reivindicación acrítica de los gobiernos de Mauricio Macri (2015-2019) y de Carlos Menem (1989-1999).

Ante un presente económico con una inflación oficialmente medida de más del 50% anual, en el cual la producción y el comercio se ven fuertemente intervenidos, con una presión impositiva desmedida, y con dilapidación de recursos fiscales en gastos claramente innecesarios en un contexto como el presente, el contraste con la estabilidad inflacionaria del período de vigencia de la Ley de Convertibilidad, contribuye a recrear el recuerdo de una época mítica, idílica, en la cual todo funcionaba maravillosamente. Y esa inflación anual contabilizada solo con un dígito entre 1993 y 1999, funciona como sinécdoque, llevando a todo el período como una “época dorada”, una Arcadia perdida a la que es necesario regresar.

Baja inflación, inversión en bienes de capital importados, acceso a todo tipo de bienes también importados, posibilidad de viajar por el mundo y facilidad de acceso a adquirir viviendas en propiedad, todo gracias a la estabilidad macroeconómica percibida por el común de la población, conforma un escenario que se recuerda positivamente, derramando sobre todos los aspectos de los períodos presidenciales de Carlos Menem.

No solo se observa en la narrativa actual, particularmente en las redes sociales, una reivindicación de aquella década por adultos que la vivieron en forma directa, sino -y esto es lo más relevante- por jóvenes que, a lo sumo, nacieron en esos años. Nuevamente, esa construcción de recuerdos (y añoranzas) por ese pasado idílico, constituye una reacción natural de supervivencia frente a un presente de desasosiego.

Al encararse ese proceso retrospectivo se anula el enfoque global, dejándose de lado el análisis crítico de la totalidad de la situación de aquellos años, lo cual en la práctica implica una tergiversación (involuntaria) del período reivindicado. La baja inflación y los beneficios percibidos antes mencionados, obnubilan el análisis y se deja de lado el nivel de corrupción imperante en distintas reparticiones de gobierno, los procesos de privatización de empresas públicas realizados de forma poco eficiente y que permitían el retorno del papel estatal en ellas en algún momento futuro, la perduración de cientos de reparticiones públicas absolutamente innecesarias para el funcionamiento de un Estado moderno, el mantenimiento de procesos de sujeción provincial a las decisiones nacionales a través del reparto discrecional de fondos públicos, y un largo etcétera.

Nada de esto es tomado en cuenta al reivindicarse como un todo la década de 1990, bajo cuya luz se analiza el presente y, naturalmente, queda realzada, a la par que el hoy queda aún más negativo de lo que es. Que este “declinismo” sea esgrimido por adultos que vivieron y operaron como tales en aquellos años y por jóvenes que no lo hicieron, constituye un claro mecanismo de “retrospectiva idílica” individual, que se torna “declinismo” colectivo, al que se aferran unos y otros para sobrevivir a este presente y proyectar una imagen del futuro deseado.

Para el cuatrienio macrista la situación no es diferente. La visión retrospectiva hace foco en una idílica bonanza institucional (centrada en el funcionamiento de los mecanismos republicanos de gobierno), en la prolijidad y eficiencia en la gestión del Estado, y en lo que definen como reinserción internacional de Argentina. La “retrospectiva idílica” construida en torno a estos factores, funciona como sinécdoque de todo el gobierno de Macri, evaluándoselo positivamente, máxime si se compara esos mismos factores con su estado en el presente, alimentándose así una perspectiva de “declinismo” respecto del presente y el futuro del país.

En la visión retrospectiva del macrismo pesa también el “costo hundido”: ciudadanos que se comprometieron con ese gobierno y que pese a los resultados son observables, no pueden aceptarlos, aferrándose a una narrativa construida para auto justificarse en todo el tiempo y la energía invertida en aquella defensa y apoyo.

Dada su cercanía en el tiempo (a diferencia de las décadas transcurridas desde los gobiernos de Carlos Menem), en esta visión retrospectiva del macrismo pesa también, a nivel individual, el “costo hundido”: ciudadanos que se comprometieron con ese gobierno, que defendieron esa gestión y que pese a los resultados económicos y sociales observables, directa e indirectamente, no pueden aceptarlos aferrándose a una narrativa construida para auto justificarse en todo el tiempo y la energía invertida en aquella defensa y apoyo.

A partir de la configuración de esta “retrospectiva idílica” macrista, se omite hacer foco en las consecuencias económica negativas que aparejó el manejo de la macroeconomía por parte de las distintas gestiones económicas de ese gobierno, en la incapacidad (o falta de decisión) para encarar una reducción del gasto público, en la decisión de mantener vigente un denso entramado de subsidios y programas sociales asistencialistas, y aquí también, al igual que con el menemismo, en un largo etcétera.

Los detentores de esta visión retrospectiva y del “declinismo” subsiguiente encuentra justificativo en el deterioro político, social y económico presente, y en las perspectivas de agudización del mismo en el futuro inmediato. Y ante el desesperanzador presente, presionados a la vez por el “costo hundido” que padecen, se aferran a esa edad idílica que vive en su narrativa. Se trata, como en el caso anterior, de un mecanismo psíquico natural y lógico, que facilita la capacidad de supervivencia y adaptación al presente.

Sin embargo, esta justificación de estos procesos no los exime de peligros. Al aferrarse al relato retrospectivo se nubla el juicio, se difuma la capacidad de análisis crítico y se ignoran los errores del pasado, generándose las condiciones para su repetición. El ignorar las falencias realmente ocurridas en los procesos que son núcleo histórico del relato retrospectivo construido, conlleva un campo propicio para incurrir nuevamente en ellas. A la vez, al profundizarse en la visión “declinista”, se entorpece la capacidad de analizar críticamente el presente y de evaluar razonablemente el futuro próximo, eludiendo los impulsos meramente emocionales negativos.

Si la “retrospectiva idílica” constituye un proceso mental que hace más llevadero el presente y facilita el desenvolvimiento de la capacidad de adaptación y supervivencia, también -si se cristaliza- constituye un obstáculo para el pleno desarrollo del individuo y de la sociedad.

Apelando a una cita atribuida a Tomás de Aquino, en cuanto a que “el pasado siempre se recuerda bien”, Samuel Beckett, en “Esperando a Godot”, pone en boca de uno de los personajes, Vladimir:

Déjalo en paz. ¿No ves que está pensando en los días en que era feliz? Memoria praeteritorum bonorum: eso debe ser desagradable.”

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