Realicemos un ejercicio hipotético:
En un país fuertemente deteriorado, producto de décadas de decadencia integral, está en el poder un gobierno débil, jaqueado desde lo económico -producto de su pésima gestión macroeconómica-, desde lo social -deslegitimado por su propia actuación y, como cualquier otro gobierno, víctima de la anomia enraizada en la sociedad de ese país-, y desde lo político -no, precisamente, por una oposición feroz, sino por las propias luchas internas dentro del partido de gobierno-.
A la vez, frente a ese gobierno se encuentra una oposición dispuesta a frenar aquella decadencia, y se planta ante las decisiones que toma el gobierno que no sólo afectan al presente del país, sino también a sus generaciones futuras. Y en tanto esto, esa oposición diseña una estrategia discursiva y de acción legislativa que tiene por objetivos, por un lado, dejar en evidencia los errores que comete el gobierno en sus políticas, y por el otro, trabar -en la medida de lo posible- la toma de decisiones que efectúa el Poder Ejecutivo y que requieren sanción parlamentaria.

El gobierno profundizará su postura, narrando que si la oposición se niega a aprobar las medidas que deben pasar por el Poder Legislativo, será la causante de una brutal crisis que sumirá al país en el caos.
En ese escenario hipotético, si el gobierno plantea una situación dramática, desde lo narrativo y desde la práctica económica y social concreta, pero que a todas luces conducirá a profundizar la decadencia de ese país, será una nueva oportunidad para que la oposición se fortalezca desenmascarando el relato oficialista y actuando como freno legislativo a las decisiones que el gobierno se vea obligado a pasar por la Legislatura.
Cuanto mayor sea la gravedad de la situación que se enfrente, mayor será el dramatismo con el que construirá su relato el gobierno y más radical será el planteamiento de decisiones políticas que intentará adoptar. Pero a la vez, más sólida será la posición opositora, actuando como un bloque monolítico de contra-narración, refutando el relato, y bloqueando legislativamente todo lo que le fuese posible, y si no tuviese número de legisladores suficiente, entonces dejando en evidencia quiénes son los legisladores no oficialistas que se prestan a convalidar lo que pretende el gobierno.
El gobierno profundizará su postura, narrando que si la oposición se niega a aprobar las medidas que deben pasar por el Poder Legislativo, será la causante de una brutal crisis que sumirá al país en el caos. Y la oposición se verá en la disyuntiva de mantenerse incólume, sabiendo que la crisis es inevitable, más allá del discurso acusatorio del oficialismo, o bien de sentirse obligada a ceder aprobando lo que pida el Poder Ejecutivo, para no asumir costo alguno de la crisis futura, y que todo el mismo caiga en el oficialismo que gestiona al Estado. Pero a la vez, en el propio oficialismo surgirá la necesidad de no ceder ante las críticas, pedidos o sugerencias de la oposición respecto del tema en debate, puesto entenderá que si cede mostrará debilidad, lo cual agudizará la debilidad tripartita antes mencionada.
En esta coyuntura, quien ceda será el perdedor. Quien ceda será “un gallina”.
De esta manera, el planteamiento de esta imaginaria situación conduce al escenario de uno de los juegos de estrategia más conocidos, el “juego de la gallina”. Básicamente, como es muy conocido, consiste en dos personas que compiten entre sí, mostrando mayor valentía sin ceder ante una situación de extremo riesgo, que puede costarle la vida. El ejemplo clásico es el de dos jóvenes que conducen cada uno un vehículo, apuntando la trompa de cada uno contra el otro; el primero que desvíe el rumbo de colisión será considerado “un gallina” y, por ende, será el perdedor.
En este juego, quien cede, entonces, pierde. A la vez, para ganar hay que asumir un alto nivel de riesgo, a la par que hay que mostrar al adversario que no se está decidido a ceder. En otras palabras, para ganar hay que estar dispuesto a morir y a asustar al otro, expresándole verbal o no verbalmente que no se está dispuesto a ceder. El ejemplo clásico de esto sería que uno de los conductores decida bloquear el volante de su vehículo, por lo cual no le será posible desviar el rumbo de choque. De ese modo, la única posibilidad de cesión queda en el adversario.
En este ejercicio de juego estratégico se parte del supuesto de que ambos jugadores son racionales y ordenan su preferencias de manera transitiva; es decir, para cada uno las preferencias serían:
- 1ra.: ser valiente, mientras el otro es gallina.
- 2da: ser conjuntamente gallinas
- 3ra: ser gallina, mientras el otro es valiente
- 4ta: ser ambos valientes
Si se hace la “matriz de pagos”, es decir, la distribución de utilidades que obtendría cada jugador -oficialismo y oposición- de acuerdo a las preferencias que ejerza, el resultado sería:

Resulta evidente que para cada jugador el mejor escenario se configura si no es el primero en tomar la decisión de ceder, a la par que también es claro que el peor escenario para ambos es que ninguno decida ceder (en la versión clásica: chocarían entre sí, con elevadas probabilidades de morir en el acto). Por lo tanto, en una situación de “juego de la gallina”, el equilibrio que se alcance es inestable, endeble, sin estrategia dominante; de hecho, la situación muestra dos equilibrios de Nash: valiente/gallina (4 / 2) y gallina/valiente (2 / 4).
Esta situación tiene aristas secuenciales y simultáneas a la vez. Si el oficialismo o la oposición deciden ser valientes o ser gallinas, lo hacen porque hasta el momento de decidirlo entienden que el adversario ha decidido ser valiente, en tanto que si hubiese decidido ser gallina (apartarse del rumbo de colisión, en la versión clásica), el otro ya hubiese sido declarado ganador. Si bien esta perspectiva muestra a la situación como secuencial, a la vez ambos jugadores podrán seguir cambiando la decisión hasta el último momento, hasta el instante antes de colisionar, cuando ya no sea posible captar un cambio en el adversario. Esto implica que todas las decisiones iniciales, todos los discursos y otras narrativas que esgriman el oficialismo y la oposición en el contexto de su puja, serán triviales, sin valor efectivo, en tanto que uno y otra presuponen que el adversario se plantea ser valiente. La única decisión importante, la única valedera será, entonces, la que se tome en el instante final, lo que le da un carácter de juego simultáneo.
Una oposición firme, decidida a sacar adelante al país, dispuesta a asumir todos los riesgos y, en particular, todos los costos que se generen con el “choque”, bloquearía el volante y mantendría el rumbo de choque, porque su visión superaría el corto plazo y el mero cálculo electoralista. Una oposición así, sin dudarlo iría por una distribución de utilidades 4 / 2.

La oposición realmente existente, pese a alguna narrativa inicial levemente crítica, ya ha manifestado que no obstaculizará la firma del acuerdo, lo que equivale a decir que aprobará parlamentariamente dicho trámite.
Lo descrito hasta aquí, como se señaló, es un ejercicio hipotético, no una reseña de la actual situación argentina en el contexto de la tramitación de la aprobación parlamentaria de un acuerdo entre el país y el Fondo Monetario Internacional, negociado por el gobierno nacional.
La oposición realmente existente, pese a alguna narrativa inicial levemente crítica, ya ha manifestado que no obstaculizará la firma del acuerdo, lo que equivale a decir que aprobará parlamentariamente dicho trámite.
La oposición realmente existente prefiere quedar como gallina (con un resultado 2 / 4), pero con la esperanza de que en algún momento deje de ser oposición y pase a ser gobierno, y pueda usufructuar al Estado (como lo hizo entre 2016 y 2019), para lo cual los lineamientos groseros del acuerdo le sirven: nada de ajuste del gasto público, nada de reforma del Estado, algo de prolijidad -nominal- en las cuentas públicas, y no mucho más.
La oposición realmente existente acepta un 2 / 4 hoy, que valora como un 4 / 4 por su proyección (“hoy por ti, mañana por mi”).
La oposición realmente existente declamando que no obstaculizará la aprobación del acuerdo con el FMI, o instando a que se alcance tal acuerdo, so pretexto que el país quedaría aislado en el mundo, en caso de una nueva cesación de pagos internacionales, expone lo que realmente es: un rejunte de gallinas, que deambulan en el gallinero del Estado, picoteando para alimentarse de los granos de maíz que provee la sociedad de contribuyentes.