Cada tanto los asuntos de la seguridad internacional nos recuerdan que mantiene vigencia, y seguirá así en los años por venir, el criterio de “Destrucción mutua asegurada” que sirvió de marco a la Guerra Fría, y esto a pesar que la misma terminó formalmente con la implosión de la URSS. Sin embargo, Rusia hoy ha vigorizado la capacidad nuclear que heredó de los tiempos soviéticos y, con existencias sensiblemente menores de cabezas nucleares, retiene la capacidad de destruir Europa y causar un daño devastador al territorio continental de EEUU. No solamente eso, ha modernizado todo su sistema de comando y control nuclear e ingresado en el desarrollo de armas hipersónicas, es decir que vuelan a ocho veces la velocidad del sonido, con cargas nucleares.
EE.UU., por su cuenta, está recién recorriendo el camino de modernizar su sistema de armas nucleares y de armas hipersónicas. En ese aspecto fundamental, y no pocas veces olvidado por no pocos analistas en Argentina, se funda la razón de las medidas palabras y acciones con que Washington y Europa atienden a las demandas de Putin en relación a lo que él percibe como una amenaza a su seguridad estratégica: la expansión de la OTAN hacia el Este.

A horas de un intercambio nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, fue precisamente la racionalidad la que solucionó la crisis y la que impidió una tercera guerra mundial en Europa.
Hace poco menos de un siglo atrás, un político acuñó la conocida frase que indica que “… la guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares”. Pues bien, con mayor humildad, desde esta columna nos atrevemos a emitir nuestro propio dictum: ”La guerra nuclear es más un asunto de sociólogos, psicólogos o psiquiatras que de políticos”. ¿A qué hacemos referencia con esta frase más provocadora que completamente real? A que en el mundo de las armas nucleares, la realidad se presenta de una manera muy poco tangible de ser determinada, y donde las percepciones que se tengan sobre lo que “el otro” piensa o en relación a su “proceso de toma de decisiones” resulta crítico para poder saber hasta qué punto goza de credibilidad en sus afirmaciones y en definitiva, ¿cuál es la racionalidad con que se resuelven contingencias de altísima gravedad y no menor complejidad? Permítasenos dar un par de ejemplos:
- Durante la Guerra Fría, Estados Unidos desarrolló una incipiente capacidad para darle a las ciudades principales del país un sistema que pudiera reducir en una medida importante la posibilidad que un misil de largo alcance soviético impactase y detonara un arma nuclear. Una visión común de esa posibilidad de proporcionar ese nivel de seguridad a una ciudad propia hubiera, en otro tipo de confrontación, promovido el llevar adelante los esfuerzos para contar con esa protección. Sin embargo tal proceder hubiera sido un error importante observado dentro de la lógica en que el ambiente del conflicto nuclear se desenvuelve. Si se hubiera dotado a esas ciudades de tal capacidad defensiva, los soviéticos podrían haber considerado que Washington estaba adoptando pasos para poder lanzar en un momento propicio un primer ataque nuclear contra ellos. ¿Por qué ese razonamiento? Pues porque al tener la capacidad de proteger esos blancos tan sensibles como son las ciudades, implicaba que se podía realizar un ataque nuclear inicial sin un temor a recibir una respuesta tan invalidante de la parte soviética. Esta situación descripta, hubiera llevado a la Unión Soviética a desarrollar medios nucleares que le permitieran lanzar un ataque preventivo contra Estados Unidos, de tal magnitud que hubiera anulado gran parte del arsenal nuclear de Washington, al menos en su territorio continental, y de esa manera contrarrestar la capacidad de lanzamiento inicial de Norteamérica. Es este razonamiento el que llevó durante la Guerra Fría a desistir de avanzar en esos sistemas de protección de ciudades, y un muy claro ejemplo del paradigma que servía de marco a ese período de la historia contemporánea.
- Durante la famosa Crisis de los Misiles de 1962, el Presidente Kennedy y el Secretario General Krushev desarrollaron un extremadamente peligroso juego de amenazas nucleares, combinados con acciones militares disuasorias convencionales y simultáneamente una sorda e intensísima actividad diplomática en orden a encontrar una salida a la crisis. Como todos bien sabemos, la salida se encontró. Los soviéticos retiraron sus misiles de Cuba y Washington dio firmes promesas de no volver a intentar una invasión a Cuba, al tiempo que de manera reservada, en los siguientes meses, desmanteló sistemas de misiles nucleares instalados en territorio turco. Toda la crisis pudo resolverse en base a una palabra “racionalidad”. Y si bien puede parecer irónico que se la emplee en el marco de la posibilidad de desatar un Armagedón que destruya una parte más que significativa de la humanidad en horas de un intercambio nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, es precisamente la racionalidad la que solucionó la crisis y la que impidió una tercera guerra mundial en Europa.
¿Qué es lo que subyace en poseer armas nucleares? Ensayaremos una respuesta. Como sabemos bien, el empleo de la violencia o la amenaza de apelar a ella por parte de los Estados, en simultáneo con el uso de herramientas diplomáticas, económicas, acciones encubiertas, operaciones psicológicas, empleo de ciberataques y otras tienen como objeto alcanzar una situación de mayor beneficio para aquel que recurre a las mismas. Esa situación a lograr es de tal valor que se hace uso de un instrumento, la guerra, que es al menos tremendamente inestable en cuanto a su desenvolvimiento como medio; ya que cuando se pone en marcha suele generar una agenda cuasi propia de demandas, que si no es bien manejada por la política, tiene una natural tendencia a convertirse ella misma en un fin en sí misma.
Ahora bien, dada la tremenda capacidad destructiva de las armas nucleares, una que no se limita al efecto instantáneo de destrucción sino que posee una persistencia de su acción posterior debido a la permanencia de la radiación, hacen que sus efectos en modo alguno puedan ser evaluados con los parámetros de la aplicación del recurso militar en un ambiente no nuclear.
Ante esto, cabe preguntarnos ¿Cómo funciona la racionalidad en este ambiente nuclear? Trabaja sobre una idea muy sencilla: ¿Qué es posible de obtener con el recurso del arma nuclear? Para el caso de la Guerra Fría, conviene que expliquemos esta mirada desde un punto de máxima confrontación y luego intentemos llevarlo a niveles donde al menos en la teoría, esa instancia se reducía a riesgos menores.

La guerra nuclear total era un objeto propicio para que los analistas pudieran hacer una y mil evaluaciones sobre la misma, pero para la política, no constituía un medio para alcanzar otra cosas que no fuera un statu quo que permitiera un modus vivendi entre concepciones políticas tan dispares.
Para el caso de una guerra total entre Estados Unidos y la Unión Soviética, ambos bandos, es decir sus líderes y aquellos que formaban parte del sistema de decisiones de alto nivel que asesoraba en esas circunstancias, existía la certeza que el producto de ese intercambio de armas nucleares contra blancos en uno y otro país tendría como resultado la aniquilación de los dos como entidades estatales. Es que aun logrando la destrucción del otro, el daño recibido por el “vencedor” sería de una magnitud colosal, inimaginable para gran parte de los que no se acercan a estos temas. Con lo cual, desde el punto de vista político, no había una ganancia concreta de la que usufructuar y si la seguridad de enfrentar la necesidad de reconstruir la nación desde sus cimientos. En concreto, la guerra nuclear total era un objeto propicio para que los analistas pudieran hacer una y mil evaluaciones sobre la misma, pero para la política, no constituía un medio para alcanzar otra cosas que no fuera un statu quo que permitiera un modus vivendi entre concepciones políticas tan dispares. Todo, de nuevo, se basaba en la racionalidad: Se partía del supuesto que el oponente buscaba obtener logros políticos tangibles, los que en modo alguno podían concretarse si su país era devastado en el camino de alcanzar esa meta. Pero además este ambiente requería de un canal de comunicación directa e indirecta entre los líderes de las superpotencias, para que los mensajes que ambos transmitían fueran claramente decodificados por el receptor, de manera de evitar interpretaciones que llevaran a situaciones todavía más complejas. No hay lugar en el ambiente nuclear para mensajes que no sean claramente emitidos e interpretados con precisión.
Esta idea de la racionalidad era fácilmente comprendida en el marco de una guerra total, aún en nuestros días entre dos naciones que posean armas nucleares ¿Pero cómo podía la misma funcionar en un ambiente donde la intensidad de la lucha fuera menor? El análisis que a continuación realizaremos, nos introducirá en las complejidades de las apreciaciones que enmarcan al empleo o la amenaza de uso de las armas nucleares. Supongamos que durante la crisis actual en Europa, en medio de una crisis, los rusos lanzan un ataque masivo, no nuclear con sus fuerzas a lo largo de la frontera en dirección a las repúblicas Bálticas y otro sobre Ucrania. Ninguno de ellos como operaciones para hacerse de la totalidad de los territorios, sino para tomar partes fronterizas de los mismos y retenerlos. Las fuerzas de la OTAN, básicamente porque las naciones Bálticas son parte de la OTAN seguramente responderían utilizando tácticas también no nucleares para contrarrestar la ofensiva.
Si estas tácticas no hubieran sido exitosas, posiblemente podrían emplearse armas nucleares de menor potencia contra blancos específicamente militares rusos, como por ejemplo una concentración de tropas del segundo escalón ofensivo. A esa acción, Rusia, si no desea escalar, podría haber respondido con ataques similares contra blancos de la OTAN en la zona de combate. Pero agreguemos a este escenario una complicación: Uno de los bandos decide lanzar un arma nuclear táctica sobre un nudo ferroviario y de transporte carretero que se encuentran en la retaguardia enemiga y que resulta crítico para sostener las operaciones que este viene llevando adelante. El nudo de comunicaciones que mencionamos es un blanco militar, pero además se encuentra en medio de una gran ciudad. El arma nuclear destruye el blanco pero causa una enorme mortandad entre la población civil. El que ha recibido el ataque considera que el mismo es una escalada en el marco en que la guerra se estaba dando, es decir circunscribir el empleo del recurso nuclear solamente a la afectación de fuerzas militares. En esa idea, decide lanzar un ataque sobre el alto mando de las fuerzas enemigas localizado en medio de una gran ciudad. Como resultado de su acción, destruye el mismo y causa también una enorme mortandad entre la población civil. Ambos bandos en diferentes circunstancias, han apelado a las armas nucleares. En un caso creyendo que el receptor del ataque interpretará el mismo como propio de las acciones en desarrollo y que no lo verá como una escalada en el conflicto. El que recibió la acción nuclear no interpretó el “mensaje” nuclear enviado por su enemigo de la misma manera, sino que lo decodificó como una abierta escalada que requería una respuesta contundente de su parte; a fin de evitar que se evaluara que se sentiría intimidado por la acción nuclear llevada adelante y que no estaría dispuesto a responder contundentemente empleando los recursos necesarios para imponerse sobre el otro.
Estas dos acciones han abierto el camino hacia una escalada que puede llevar a los dos países poseedores del mayor arsenal nuclear al borde del Armagedón. La diferencia con el caso que indicamos en el principio del artículo es que esta segunda situación se da en el medio de un conflicto donde ya ambos bandos desarrollan operaciones de guerra directas. Un ambiente mucho más proclive a que las pasiones, siempre presentes en la toma de decisiones humanas, puedan afectar el criterio de racionalidad del que hicimos antes mención. En realidad, y a pesar de los esfuerzos de muchos teóricos de la guerra nuclear limitada, existía en los días de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética un entendimiento que una guerra nuclear limitada llevaría a ambos países a enfrentar indefectiblemente la amenaza de la total destrucción, en función del mecanismo de escalada que aplicado a nuestros días someramente describimos; y de las interpretaciones diversas que las mismas tendrían en un caso real de guerra en Europa o donde fuere chocaran las dos superpotencias nucleares de manera directa. Hasta aquí hemos dado nuestra mirada sobre el concepto de racionalidad en el ambiente nuclear; pero lo hicimos tratando a Rusia y EEUU. Hay más miembros en este club.
Hay en el mundo otros actores que poseen armas nucleares, y que tienen también claro el sentido de la racionalidad en el empleo de las mismas: Francia, el Reino Unido y la República Popular China consideramos caen dentro del esquema de actores que tienen cabal conciencia del significado del empleo del armamento nuclear. El primero de ellos Francia, ha mantenido una política de independencia de la apelación de su pequeño pero moderno recurso nuclear. Lo considera uno que “apunta en los 360 grados”, es decir, que está a disposición de Francia como la última apelación en caso de una gravísima amenaza a su supervivencia como Estado. El Reino Unido también cuenta con una capacidad nuclear similar a la de Francia, aunque desde siempre estuvo ligada la misma al empleo que de ella pudiera hacerse en el marco de la OTAN, pero no caben dudas de que, como Francia, posee también el criterio de apelar a las mismas en condiciones de extrema gravedad. La República Popular China ha desarrollado desde 1964 una capacidad nuclear que es comparable a la del Reino Unido y Francia y al menos por el momento, responde a criterios de empleo similares a los mencionados con anterioridad para las dos naciones occidentales.
Israel por su parte no niega ni admite la posesión de armamento nuclear, pero la comunidad internacional pocas dudas tiene que poseen esa capacidad. Su fuerza nuclear es mucho menor que la de los países que recientemente comentamos, pero abrumadora en comparación a la totalidad de sus vecinos. En su caso, no cabe duda que Israel apelará a ese recurso si sus fuerzas convencionales en algún momento resultaran ineficaces para contener una acción directa que ponga en peligro su supervivencia como Estado, o bien un Estado terrorista como Irán evidencie que posee ese tipo de armamento.

El Siglo XXI nos presenta otros casos relacionados a la problemática del armamento nuclear. Uno es el de Corea del Norte, y el otro el de la República Islámica de Irán
Existe también un caso interesante de analizar que es el que presentan India y Pakistán. Ambos Estados, disponen de la capacidad nuclear de causar un enorme daño al otro en caso de emplearlo. Hay analistas que indican que la India habría alcanzado una situación donde podría pulverizar a Pakistán en caso de una guerra nuclear entre ambos países; aunque siempre a costa de recibir un número de bajas y de destrucción que pondría en una dificilísima situación al país para poder enfrentar ese problema. En cualquier caso, y pese a las semi certezas que durante la crisis de 1999 por la zona de Kargil en Kashmir ambos países habrían al menos comenzado los preparativos para un lanzamiento nuclear, desconociéndose la naturaleza del blanco que los mismos podían buscar afectar, lo cierto es que entre ambos existe una suerte de equilibrio del terror, que si bien es mucho más inestable que el que regía entre Washington y Moscú; entre otras cosas por las dudas que presenta la capacidad de Islamabad de evitar que grupos radicalizados pudieran tener algún acceso a su armas nucleares; lo cierto es que las elites políticas de ambos países se guían por la racionalidad en la potencial toma de ganancias en caso de un intercambio nuclear. Y mientras ello ocurra, muy probablemente no existan escaladas para las crisis entre ambos países y se mantengan las disputas, en un cierto nivel de tolerancia, alejado del umbral del empleo del recurso nuclear.
Pero el Siglo XXI nos presenta también otros casos relacionados a la problemática del armamento nuclear. Uno es el de Corea del Norte, y el otro el de la República Islámica de Irán. Los dos casos son bien distintos: En un caso, el de Corea del Norte, se sabe con certeza que dispone desde 2006 de armamento nuclear (se especula con que podría poseer entre 6 y 8 artefactos nucleares), aunque se carece del mismo nivel de conocimiento respecto a la capacidad del país de colocar una carga nuclear en un misil que tenga aptitud de llegar a un blanco alejado de sus fronteras (Ver nuestra nota COREA DEL NORTE: buscando entender el poder de Kim – Faro Argentino)
En el caso iraní, no hay indicios que el país posea un arma nuclear aunque sí que su programa nuclear está orientado a adquirir la capacidad de desarrollar armas nucleares en un horizonte de tiempo discutible. Sin embargo, la diferencia principal entre ambos casos pasa nuevamente por el término racionalidad.
En el caso del régimen de monarquía hereditaria absoluta que rige en Corea del Norte, la carencia de información sobre el sistema de toma de decisiones de ese país es casi total. Los indicios parecieran indicar que el joven a cargo del país decide en el mismo más próximo a lo que sus impulsos le indiquen que a que sus decisiones sean el producto de un sistema de toma de decisiones donde diferentes actores sean tenidos en cuenta y las mismas sean el resultado de un análisis donde sean claramente sopesadas las ventajas y desventajas de una posible resolución. Particularmente, creemos que el líder norcoreano es consciente de las limitaciones que su país posee y que “juega” el tema de las amenazas de empleo del armamento nuclear como una herramienta para continuar en el poder en medio del desastre económico y social que el régimen familiar ha traído al país en las décadas que lleva gobernándolo, a lo que habría que agregar la cada vez más tirante relación del régimen con Beijing.
Sin embargo, esa precariedad de origen que el sistema de toma de decisiones norcoreano posee es el que se encuentra en la base de la potencial peligrosidad del mismo, toda vez que al depender tanto de las decisiones de su líder, puede darse el caso de un error de mala interpretación de la situación que pudiera llevar a una crisis y una escalada en la península coreana. Piénsese por ejemplo que el líder norcoreano decidiera realizar una corta ofensiva militar contra Corea del Sur, y que para apoyar la misma, detonara en la atmósfera un arma nuclear, sin que esta afectase un blanco específico alguno. Esa explosión nuclear, causaría casi de inmediato un efecto de cuasi decapitación sobre los sistemas de comando y control de Corea del Sur, pues la detonación crea una afectación gravísima en todos los sistemas de comunicaciones que operan empleando el espectro electromagnético, dejando a una parte importante del mismo inhabilitado para operar. Detrás de esa explosión podrían avanzar las tropas norcoreanas. Para esa eventualidad, Corea del Norte podría decir que no ha atacado con armas nucleares a nadie, y que su empleo ha sido solamente para afectar los sistemas de comunicaciones enemigos. La interpretación que a esto pudieran darle Corea del Sur y Estados Unidos podría ser bien distinta, aunque políticamente resultará difícil de generar el apoyo a una respuesta nuclear, dado que la acción de Corea del Norte, podría ser percibida por el gran público como no nuclear ya que no hay civiles afectados por el empleo de esa arma… El ejemplo es válido para colocar en contexto la fragilidad con la que es percibida toda la situación en Corea del Norte y como el criterio de racionalidad juega en la misma.
En el caso Iraní, el tema presenta profundas debilidades desde el punto de vista de la racionalidad. Recordemos nos encontramos frente a una teocracia conducida por ayatollas medievales que en su discurso públicamente mencionan la necesidad de destruir a Israel. Desde una nuestra perspectiva, el de Irán es el caso más peligroso de los mencionados, puesto que las consideraciones de orden religioso, tienen que ver con perspectivas que hacen a un mundo de carácter espiritual e ideal que en modo alguno es asimilable al tangible ámbito donde la política se desenvuelve. Podrá aducirse en favor del sistema iraní que quienes ejercen el poder final en la toma de decisiones son personas que más allá de su condición religiosa se comportan como políticos. Con otra perspectiva, podría también aducirse que en la natural renovación que esas personas tengan, no puede descartarse que en circunstancias distintas tengan una percepción para resolver en medio de una crisis que tenga a la religión como su guía. En ese caso, los riesgos son altísimos, pues ¿qué voluntad humana puede sobreponerse a una decisión que se basa en lo que Dios considera justo hacer?
El tema nuclear no ha desaparecido de la agenda de seguridad internacional. Está presente en la misma de manera concreta o larvada. Cuando el Presidente Putín, en medio de una conferencia de prensa pocos años atrás recordaba que su país Rusia es una potencia nuclear, no hace otra cosa que mostrarnos a las claras los riesgos que la situación de Ucrania posee para Europa. Y ciertamente nos anticipa los límites a los que estarán dispuestos a llegar los países occidentales en su apoyo al gobierno de Kiev.
La finalización de la Guerra Fría no solamente no significó en modo alguno que la temática relacionada a las armas nucleares desapareciera de la agenda de seguridad, sino que ha incluido a otros actores al juego nuclear; cambiando además las circunstancias y también las certezas; pues se pueden desarrollar armas nucleares y almacenarlas sin que se realicen pruebas específicas de campo; creando esto más dudas sobre la cantidad de países que realmente cuentan con este tipo de armamentos.

En algunos países la radicalización puede hacer que en alguna ocasión coincidan individuos con esas concepciones y que posean acceso a esas armas. Si ello sucediera, y un artificio nuclear fuera empleado por un grupo terrorista, el mundo y quien reciba la agresión, se encontrará en un verdadero dilema. ¿A quién devolver el ataque?
Cerramos con una posibilidad, que muchos analistas descartan por razones técnicas, aunque a veces pareciera que lo hacen así más por lo ominoso del escenario que la misma plantea. Y es el caso que grupos terroristas se hagan de un arma nuclear. Es cierto que las medidas de seguridad para la guarda de las mismas son muy rigurosas y que en ciertos casos se llega a almacenar en diferentes lugares a la carga explosiva nuclear, en otro al dispositivo que permite su explosión y en un tercer lugar al vector o medio para su transporte al blanco. Sin embargo, no es menos cierto es que en algunos países la radicalización de estamentos de su sociedad pueden hacer que en alguna ocasión coincidan individuos con esas concepciones y que posean acceso a esas armas. Si ello sucediera, y un artificio nuclear fuera empleado por un grupo terrorista, el mundo y quien reciba la agresión, se encontrará en un verdadero dilema. ¿A quién devolver el ataque? ¿Hacerlo sobre la nación a la cual le robaron el material? ¿Dirigir la respuesta sobre grupos que no hacen de la retención de espacio territorial alguno un punto clave de su modus operandi? ¿Cuál será la racionalidad esperable de esos actores en caso de contar con esas armas? ¿Cuál es el lenguaje que será necesario emplear para establecer un canal de comunicación con ellos?
Días atrás conversando con un amigo, me decía a modo de broma que nuestro país, tan amante de mirarse el ombligo, no presta atención a nada de esto: ¡agradezcamos a los dioses que los líderes del movimiento nacional y popular carecen de acceso a este tipo de armas!!!, y que posiblemente en medio de una crisis donde este tipo de armas pudieran emplearse, nuestra preocupación sería extender por 50 años los Precios Cuidados, sin embargo, mal que nos pese, el escenario que dimos cuenta existe a pesar de nuestra patética agenda local, y comprenderlo quizás nos ayude a ser más humildes respecto a las decisiones que líderes que realmente pesan en el mundo tienen a la hora de enfrentar desafíos relacionados con la seguridad internacional.