Sociedad

La pandemia y el sesgo del costo hundido

La “falacia del costo hundido” es un fenómeno expresado en la decisión de continuar aportando recursos a un proyecto estancado o que claramente arrojará pérdidas, justificándose en la cantidad de recursos ya invertidos en el mismo

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Veamos tres situaciones bastante habituales:

Una.

Un grupo de amigos cena opíparamente en un restaurante tradicional, y al momento de ordenar los postres, uno de ellos pide “el postre de la casa”, sin saber con precisión qué ingredientes tiene ni su tamaño. Y le traen una copa gigante compuesta de helado, obleas, fruta, baño de chocolate, crema, algún licor. Y piensa: “Comí mucho, y ahora me traen esto, y lo voy a tener que pagar, no puedo devolverlo al mozo; así que mejor me lo como todo.”

Otra.

Vamos caminando por una avenida comercial, vemos en la vidriera de una librería el último libro de un autor de moda, lujosamente editado y encuadernado; sale unos cuantos cientos de pesos, pero vale la pena, pensamos, así leemos algo que está en boga. Comenzamos esa noche misma a leerlo, y a las cinco páginas ya sabemos que no nos gusta, que es aburrido y que no aporta nada a lo que ya conocemos de ese autor. Pero, sin embargo, seguimos adelante, avanzando cada noche unas pocas páginas, mientras pensamos: “Ya lo pagué, por lo menos tengo que leerlo hasta el final.”

Y otra.

Los dos integrantes de una pareja se dan cuenta, día a día, al cabo de un par de años de convivencia, que cada vez tienen menos cosas en común y que, a la vez, hay más cosas que los diferencian y distancian. Sin embargo, siguen adelante, haciendo caso omiso a la infelicidad mutua que sienten, pensando cada uno: “Es verdad, no me siento bien con ella/él, pero invertimos mucho tiempo, mucho sentimiento y mucha plata para intentar tener una pareja y esta casa, así que mejor que aguantemos y sigamos para adelante.”

Este suceso de avanzar mirando sólo los costos pasados, en vez de analizar los costos y eventuales beneficios futuros, se conoce con el nombre de “Efecto Concord

Y ahora veamos una cuarta situación, no hipotética como las anteriores, sino real.

A lo largo de la década de 1960, el Reino Unido y Francia, a través de British Aircraft Corporation y Aerospatiale, respectivamente, desarrollaron un proyecto de avión supersónico, el Concorde. Hacia finales de esa década, tanto para los propios técnicos del emprendimiento como para muchos potenciales clientes (que inicialmente habían manifestado interés de adquirir esos aviones) fue tomando cuerpo la certeza acerca de que su operación era anti-económica, conduciendo ineludiblemente a pérdidas. Sin embargo, el Reino Unido y Francia siguieron adelante con el diseño y su puesta a punto para el inicio de las actividades comerciales, cosa que ocurrió en 1976. Los Concorde ingleses y franceses volaron comercialmente desde ese año y hasta 2003, cuando salieron de operación con la excusa de un accidente ocurrido en Gonesse (Francia), pero motivada esa salida, en verdad, en que era un negocio ruinoso para las empresas que los volaban.

El empecinamiento en seguir adelante en los años de 1960, aun cuando había señales negativas, y aún más, de poner al Concorde en operación comercial a mitad de la década de 1970, obedeció, básicamente, a que ambos países no querían “asumir la pérdida” de tanto tiempo y recursos invertidos. Este suceso de avanzar mirando sólo los costos pasados, en vez de analizar los costos y eventuales beneficios futuros, se conoce con el nombre de “Efecto Concord”.

En la Economía del Comportamiento, ese efecto se denomina “falacia del costo hundido”. Se trata de un fenómeno ampliamente estudiado, expresado en la decisión de continuar aportando recursos a un proyecto estancado o que claramente arrojará pérdidas, justificándose en la cantidad de recursos ya invertidos en el mismo. Claramente lo que sucedió con el proyecto Concorde, y lo que entrañan las tres primeras situaciones descritas.

Las falacias, como sesgos cognitivos, desfiguran veladamente la realidad, dando una apariencia de verosimilitud a lo que en esencia es incierto, cuando no falso. La mayoría de las falacias conducen a engaños a terceros, pero no son pocas las que terminan como un auto-engaño de quien la ejercita.

Cuando en marzo de 2020 comenzó oficialmente en la Argentina la administración gubernamental de un proceso de control social de proporciones inusitadas, justificado en razones sanitarias, la amplia mayoría de la población lo aceptó con pasividad y beneplácito. Lo mismo, la mayor parte de los referentes políticos de la oposición se mostraron alineados con el gobierno nacional. El confinamiento domiciliario, el control de los desplazamientos individuales, la segmentación poblacional entre “esenciales” y “no esenciales”, la obligación de utilización de barbijo en toda circunstancia, las detenciones arbitrarias, y la manipulación informativa ejercida en bloque por todos los grandes medios periodísticos, funcionaron como componentes de un mismo proceso de uniformización social, con acatamiento pleno a la autoridad, carencia de pensamiento crítico individual y divisiones internas entre la población (las delaciones entre vecinos, el linchamiento mediático de supuestos “transgresores”, etc.).

Las falacias, como sesgos cognitivos, desfiguran veladamente la realidad, dando una apariencia de verosimilitud a lo que en esencia es incierto, cuando no falso

La amplia mayoría de la población, como se señaló, acompañó ese proceso, encontrando en ello un factor de abroquelamiento, un elemento de cohesión grupal: “Nos unimos contra el virus; no hay diferencias partidarias, porque estamos todos en la misma lucha; si no estás con nosotros, estás contra nosotros, que somos la mayoría del país.”

Las míticas conferencias semanas del Presidente de la Nación, del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, teniendo por claque al resto de los gobernadores y demás funcionarios públicos, eran la expresión política de ese aglutinamiento tras una causa común. Y la mayoría poblacional que seguía sus directivas era la expresión social de dicha causa.

Con el correr del tiempo, pese a la presión mediática por mantener candente el tema de la supuesta pandemia irrefrenable que avanzaba sobre el país, la típica anomia argentina se hizo sentir, y de a poco el abroquelamiento inicial se fue reconfigurando en dos grandes bloques poblacionales: por un lado, una parte de la población que practica el viejo precepto de las Leyes de Indias: “Reverencio pero no cumplo”, y por el otro, otra parte de la población que sigue aferrada al tema de la pandemia, al de los peligros inminentes que se ciernen sobre la sociedad, al del cumplimiento a rajatabla de mandamientos gubernamentales socio-sanitarios que ni los mismos funcionarios que los emiten los cumplen.

El primer grupo es el que entiende que todo es impostura, incluido su propio accionar social, haciendo como que cumplen lo que en verdad desobedecen, sabiendo que quienes deberían hacer cumplir lo que mandan, en realidad no se esfuerzan en ello, ni lo harán. Un buen ejemplo de esto es la débil oposición al llamado “pase sanitario” que se intenta imponer en todo el país, y ya está funcionando en territorio bonaerense: la población sabe (y actúa en consecuencia) que no habrá control real -salvo los primeros días y en determinados lugares- y que con el simple transcurrir del tiempo, la vigencia de dicho pase languidecerá hasta que, por alguna norma perdida en el Boletín Oficial provincial, se anule su vigencia.

Siguiendo a sus dirigentes políticos o bien motu proprio, se aplicaron a seguir todas las directivas gubernamentales, creyendo (literalmente) cada información que se difundía, oficial u oficiosa, sin efectuar ningún análisis crítico. Simplemente, creyeron y creen.

El segundo grupo, en cambio, es el que manifiesta detentar la “falacia del coste hundido”. Siguiendo a sus dirigentes políticos o bien motu proprio, se aplicaron a seguir todas las directivas gubernamentales que se indicaron desde marzo de 2020, creyendo (literalmente) cada información que se difundía, oficial u oficiosa, sin efectuar ningún análisis crítico. Simplemente, creyeron y creen.

Sin diferenciación partidocrática ni de ningún otro tipo, estos creyentes no quieren/pueden aceptar, pese a las innumerables pruebas, que fueron víctimas de una gran manipulación estatal, combinada con impericia sanitaria y ejercicio de poder cuasi psicópata. Invirtieron mucho tiempo desde aquel mes de marzo, mucha energía mental y física, para cumplir en lo que comenzaron a creer. Y esperan un retorno de dicha inversión. Aunque saben que no lo habrá, aunque saben que no podrán recuperar los abrazos no dados a los padres que no vieron durante meses, aunque saben que no podrán concurrir al sepelio de algún familiar misteriosamente muerto “de covid”, aunque saben que sus hijos no podrán recuperar el tiempo escolar perdido por no asistir normalmente a clases, igualmente estos creyentes esperan un retorno a su inversión.

Como los jugadores compulsivos, que se aferran a la máquina tragamonedas pese a que llevan horas perdiendo peso tras peso, igual insisten en seguir apostando. En este caso, apostando a la pandemia y sus peligros. El costo hundido es tan fuerte que terminan por hundirlos a ellos.

Los miembros de este grupo poblacional no comprenden que, como señala R. Thaler, ignorar los costos hundidos es una estrategia racional y necesaria. Lo que en lenguaje coloquial se expresa con: “soltar”. Y no pueden hacerlo porque se aferran a su creencia con una intensidad proporcional a la cantidad de esfuerzo físico, mental y sentimental que aplicaron a ella. Y a la vez, cuanto mayor apego se tiene a algo, más difícil resulta desprenderse de ello. Son la expresión de la sunk cost fallacy en todo su esplendor.

Como los jugadores compulsivos que se aferran a la máquina tragamonedas pese a que llevan horas perdiendo peso tras peso, igual insisten en seguir apostando. En este caso, apostando a la pandemia y sus peligros. El costo hundido es tan fuerte que terminan por hundirlos a ellos

Al no poder “soltar”, incorporan la pérdida del esfuerzo realizado (ubicado en el pasado y del todo irrecuperable) y sesgan el proceso de toma de decisiones, condicionándolas con elementos ajenos a la racionalidad (entendida como el análisis sopesado de los beneficios e inconvenientes potenciales, tanto en el corto como en el largo plazo). De esta manera, se abroquelan en torno a la idea central (el peligro que representa el covid y quienes no hacen caso estricto a los mandatos sanitaristas gubernamentales) y se cierran a las evidencias y al análisis crítico. Se niegan a ceder ante la realidad que se les presenta (los desvaríos de medidas tomadas, la incongruencia narrativa nacional e internacional, el manejo informativo psicopático, etc.), por el temor que les acarrea asumir la pérdida de todo el esfuerzo invertido.

De esta manera, se abroquelan en torno a la idea central (el peligro que representa el covid y quienes no hacen caso estricto a los mandatos sanitaristas gubernamentales) y se cierran a las evidencias y al análisis crítico

Sin embargo, esto no desemboca en una situación estática, sino que las consecuencias de esta falacia se van disipando con el tiempo. En el clásico estudio de Gourville y Soman, centrado en lo que llamaron “depreciación de pagos”, demuestra que hay un ciclo en la prevalencia de esta falacia: en determinado momento vital, los costes hundidos pierden relevancia para condicionar el accionar de las personas. Pero, no obstante, no hay que olvidar que, hasta la llegada de ese momento, ese sesgo hace estragos entre sus portadores.

En una sociedad como la argentina, golpeada por décadas de decadencia política, económica, social y cultural, fuertemente polarizada y fácilmente manejable desde los formadores de opinión pública, los ciclos de la falacia del coste hundido no funcionan al estilo Gourville y Soman, declinando hasta desaparecer, sino que tienden a engarzarse unos con otros, quedando el amplio segmento de la población en un loop eterno de defensa de ideas pasadas, que la realidad demostró erradas, pero a las cuales se aferran con todo su ser, invirtiendo tiempo y esfuerzo, generándose así costos hundidos, los cuales sesgan, posteriormente, todas sus decisiones.

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