En 1946 Frank Capra dirigió una película que fue, inicialmente, un fracaso de taquilla. Se llamaba It’s a Wonderful Life, (¡Qué bello es vivir!) y en ella se contaba la historia de cierta Nochebuena de George Bailey (James Stewart), un buen hombre a cargo de un pequeño banco familiar, buen padre, esposo y vecino. George se enfrenta a una terrible situación, debido a la falta de una cantidad de dinero, que podría quebrar su banco. Este hecho lo hundiría en la miseria junto a su familia, sus empleados y clientes además de arrasar con su honra y prestigio. En su desesperación decide suicidarse en plena Nochebuena momento en el que recibe la visita de su ángel de la guarda, Clarence Odbody (Henry Travers), quien le reseña la forma en la que su existencia había cambiado la vida de aquellos a quienes George había ayudado y le muestra cómo sería la vida de su pueblo si él nunca hubiera existido.

Hablando de momentos tan oscuros como el de la nochebuena de George Bailey, una nueva ola de totalitarismo se posa sobre una Hispanoamérica que parece estar, también, dispuesta a suicidarse justo en esta nueva conmemoración navideña
La oportuna intervención del ángel hace que la tragedia se revierta y todos tengan una feliz Navidad, logrando un producto cinematográfico que con los años hizo famoso al director y a los protagonistas y se convirtió, tal vez, en el clásico más clásico de la Navidad de todos los tiempos. El exquisito talento de Capra para equilibrar sentimentalismo y epopeya supo inspirar las Navidades de la posguerra con un producto que identificaba los valores navideños junto con los de un occidente pujante. La película se repitió por años durante cada Navidad en cines y en televisión. Su mensaje acompañó cientos de miles de festejos navideños más allá del lugar o de las circunstancias de los espectadores.
Y hablando de momentos tan oscuros como el de la nochebuena de George Bailey, una nueva ola de totalitarismo se posa sobre una Hispanoamérica que parece estar, también, dispuesta a suicidarse justo en esta nueva conmemoración navideña. No es que se trate de una novedad, nuestra pobre región se ha teñido de autoritarismo colectivista en otros momentos de la historia. Pero lo cierto es que pocas veces el liberticidio fue tan votado, instalándose a través de los mecanismos más institucionales. Pocas veces hubo tanta información sobre los efectos de la tragedia comunista y, paradójicamente, como nunca antes el proyecto socialista ha logrado tantos avances en la penetración de sus ideas en espacios políticos y culturales “no socialistas”.
El socialismo que hoy se apodera de la región no es idéntico ni representa lo mismo, cada país es distinto, claramente. Existe a nivel mundial un divorcio creciente entre la burocracia política atornillada al aparato del Estado y los ciudadanos que experimentan una frustración que no se calma con el acto de votar. Esta crisis de representación, de la que tanto se habla, castiga sistemáticamente a los oficialismos en su afán de castigar al sistema.

Pocas veces el liberticidio fue tan votado, instalándose a través de los mecanismos más institucionales.
Existe también una cuestión fundamental: casi no se hicieron, en el continente, las reformas estructurales que eran necesarias para sacar a los países de la decadencia demagógica del siglo pasado. El Estado cooptado por castas privilegiadas sumado a las corporaciones paraestatales como sindicatos o movimientos sociales se hicieron fuertes junto con las mafias ligadas al narco o a cualquier otro tipo de contrabando fruto de las hiperregulaciones y la intervención. Esta constante se tradujo en pobreza, decadencia educativa y otros males propios del estatismo que los gobiernos «no socialistas» no supieron o no quisieron enfrentar. Pasó un siglo sin que jamás dejáramos de ser Tercer Mundo, los mendigos de la Tierra. Así, las reformas laborales, fiscales o previsionales necesarias para revertir se demoraron y finalmente salieron de las agendas. Ganó una politiquería enfermiza y supersticiosa donde parecía que los únicos males eran el machismo y la desigualdad. En cambio, se dejaron de lado los problemas reales como el ahogamiento fiscal de las economías, la inestabilidad jurídica o la violencia urbana y rural.

Ganó una politiquería enfermiza y supersticiosa donde parecía que los únicos males eran el machismo y la desigualdad. En cambio, se dejaron de lado los problemas reales como el ahogamiento fiscal de las economías, la inestabilidad jurídica o la violencia urbana y rural.
Los arcos políticos permitieron que una narrativa básica y falaz explicara las desgracias y cuando todo se fue a la zanja, la izquierda capitalizó el descontento. Los casos de Macri, Piñera o Duque son una clara muestra de esta torpeza letal. Dejaron que los presenten como el antipueblo, se avergonzaron de sí mismos, de sus ideas y no sacaron pecho con las cosas que los separaban de sus nefastos predecesores.
Rastrillemos el escenario:
El caso de México es paradigmático en lo que se refiere a un Estado fallido con una clase política corrupta y disoluta que no ofrecía ninguna esperanza al electorado. En esas circunstancias llega al poder Andrés Manuel López Obrador un socialista ido, ignorante y sin rumbo, cuyos dislates se acumulan junto al fracaso de su gestión, sede de la diplomacia castrochavista.
Luego tenemos a Nicaragua, un ejemplo de reincidencia política patética, apenas opacada por Argentina y sus sempiternas recaídas peronistas. Nicaragua desenterró a Ortega que, naturalmente, la convirtió en una dictadura descarada que acaba de fraguar las elecciones encarcelando a todos sus rivales.
Perú terminó este mismo año en manos de Pedro Castillo, un ser que no tiene las más mínimas condiciones para gobernar en lo que se refiere a sus dotes intelectuales o morales. La cúpula del ¿extinto? grupo terrorista maoista Sendero Luminoso eligió a este presidente vicario (cosa que se lleva mucho últimamente) para ser un títere que los lleve al poder. Su ideología es un pastiche entre marxismo, homofobia y mesianismo. La crisis económica estalló con su llegada y desde entonces ha volado por el aire la relación con sus ideólogos, con su gabinete y desde ya con su pueblo. Al momento de escribirse estas líneas va por su segundo juicio político en menos de medio año, y se le acumulan los casos de corrupción.
Nicolás Arce ganó en Bolivia, en otro caso de presidente vicario, siendo el títere del autócrata Evo Morales. Desde entonces la crisis social y política se instaló en el país que vio como se atacaron todas las divisiones de poder de la República, como decayó su economía y su nivel de vida. Como no podía ser de otra manera, el régimen de Arce persiguió, encarceló y torturó a la oposición, como la ex presidente Jeanine Añez que permanece viviendo en dramáticas condiciones.
Hablando de presidentes vicarios, Argentina cursa el 2do año del cuarto gobierno kirchnerista que ha logrado el extraño título de ser peor aún que los tres anteriores. Alberto Fernandez ha cumplido con todos los mandatos del Foro de San Pablo sumado a los mandatos de la izquierda peronista lo que determina un cóctel infernal. Ha destrozado la economía y la calidad institucional de una forma inimaginable.
En Honduras acaba de ganar la presidencia Xiomara Castro, una política chavista cuyos blasones consisten en ser esposa del expresidente Manuel Zelaya (también admirador de Maduro y de sus prácticas). Honduras posee una clase política tan mendaz y corrupta como furiosamente asociada al narco. La realidad es que los pobres hondureños tenían para elegir entre el hambre y las ganas de comer y eligieron a una señora que termina sus discursos con la frase “hasta la victoria siempre“, en homenaje a los líderes de la dictadura cubana.
En Colombia, el exguerrillero Gustavo Petro es el favorito para quedarse con la presidencia en 2022. Una serie de acciones desestabilizadores similares a las ocurridas en Chile hace 2 años caldearon el ánimo de un país que no vio, con la llegada de Iván Duque, mejoras en su condición. Un clásico de la zona, Duque ganó por derecha y pretendió simpatizar con el electorado de izquierda, conclusión: es aborrecido tanto por la izquierda como por la derecha. En caso de que se cumplan los pronósticos, junto con Petro volverán con renovados bríos las organizaciones terroristas que hicieron metástasis en toda América, en un proceso que se inicio con el gobierno de Manuel Santos y que puso al terrorismo en una posición de supremacía antidemocrática que Duque no revirtió. El pronóstico es desolador.
Algo similar ocurre con Brasil, Bolsonaro viene resistiendo en soledad los embates del activismo de la izquierda que pone al delincuente condenado Lula da Silva con altas chances de regresar al poder. El presidente brasileño ha sido demonizado local e internacionalmente por su combate contra la agenda 2030 en todo lo que se refiere al ecologismo intervencionista y a la militancia del terror covídico. El socialismo del Siglo XXI ve en Bolsonaro un límite insultante a su poder casi infinito en la zona y las chances de que logre volver a colocar a Lula en el sillón presidencial son muy altas.
Mientras tanto, las rancias dictaduras de Cuba y Venezuela se sostienen con métodos criminales, y si bien han tenido golpes este año, como el caso de los funcionarios del régimen chavista extraditados o las manifestaciones populares que ocurrieron en Cuba hace pocos meses, estos regímenes han demostrado ser los más estables y sólidos de la región. De cada embate salen robustecidas, la comunidad internacional no condena sus aberraciones más allá de alguna declaración de forma. Los medios y organizaciones sociales que se ensañan con cualquier torpeza de Bolsonaro, Macri o Piñera, son infinitamente indulgentes con dictaduras genocidas que llevan décadas torturando a sus ciudadanos. El desgarrador exilio de millones y millones de cubanos, venezolanos y nicaragüenses los sensibiliza menos que un comentario políticamente incorrecto de cualquier político de “derecha”.

Todos los citados son casos de éxito del Foro de San Pablo, ese rejunte de convictos y sátrapas que en 1990 se asoció para volver a instalar el comunismo en la región.
Los casos de Costa Rica y Panamá andan por pasadizos muy finitos. Si bien no responden a los ejemplos anteriormente descritos se observan situaciones preocupantes como por ejemplo la sumisión al capital del Partido Comunista Chino que hace interrumpir relaciones con Taiwán a cambio de promesas de inversiones multimillonarias, cantos de sirena en los que ya cayeron oportunamente Argentina, Paraguay y Honduras, sin ir más lejos.
Pero la reciente caída de Chile tal vez sea la más dura (simbólicamente) de la saga. Tras dos décadas de estabilidad institucional y con los mejores marcadores económicos de la región, Chile ha elegido como presidente a Gabriel Boric, un agitador de profesión, abiertamente comunista. La estulticia progresista ha repetido incesantemente una falacia respecto de la falta de derrame del crecimiento chileno, mentira que se desmiente con la simple lectura de sus estadísticas, pero el progresismo no cree en datos y si en el relato. Por eso, el modelo de mayor éxito regional se ha decantado por un presidente antisemita, sin estudios, sin ningún trabajo conocido, admirador fanático del terrorismo fusilador y pro integrismo indigenista.
Todos los citados son casos de éxito del Foro de San Pablo, ese rejunte de convictos y sátrapas que en 1990 se asoció para volver a instalar el comunismo en la región. Su nave nodriza era el Partido Comunista Cubano y congregaba partidos y dirigentes de Hispanoamérica aunque luego sumó amiguitos de Europa y Asia. Entre los primeros dirigentes estaban Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega, Fernando Lugo, José Mujica, Mauricio Funes, Dilma Russeff, Ollanta Humala y Nicolás Maduro. Ni uno solo sin prontuario, literalmente.
La fundación y crecimiento del Foro de San Pablo no alertó a las formaciones políticas democráticas de la región, que desestimaron su poder. Sin embargo, los miembros de Foro fueron perseverantes con sus prédicas y filtraron su agenda a ONGs, medios, partidos políticos y a todo el que les prestara oreja. Tampoco nadie se preocupó por denunciar su financiación.
Las obsesiones del Foro son varias: instalar como hombre de paja al “neoliberalismo”, reformar las constituciones liberales, luchar contra el libre comercio, intervenir en los procesos productivos hasta conseguir una supremacía del narcocultivo, expropiar, censurar, promover las agendas identitarias mientras les permitan llegar al poder o desestabilizar gobiernos democráticos. Si se mira el mapa de nuestra condenada región, no se les puede negar un rotundo éxito.

El hecho de que el comunismo haya sido elegido democráticamente en tantos lugares de la región y que las dictaduras comunistas ya instaladas no sirvan ni siquiera de cuco para los votantes habla a las claras de la incapacidad de la política democrática americana.
Del otro lado, del que no es Foro de San Pablo, ha quedado un hormiguero pateado compuesto por oposiciones de baja intensidad y con objetivos disímiles. Una argamasa incapaz de defenestrar al comunismo aún cuando cuentan con los datos empíricos de que se trata del régimen más asesino y miserable de todos los tiempos y con ejemplos lacerantes a escasos kilómetros, para mayor abundamiento. El hecho de que el comunismo haya sido elegido democráticamente en tantos lugares de la región y que las dictaduras comunistas ya instaladas no sirvan ni siquiera de cuco para los votantes habla a las claras de la incapacidad de la política democrática americana. El comunismo representado en Cuba, Venezuela o Nicaragua ha sido más atractivo, en las últimas elecciones, que el capitalismo. Algo está rematadamente mal.
Volvamos pues a Frank Capra, este magnífico propagandista de un estilo de vida, que hizo otras cosas interesantes antes de regalarnos el clásico navideño It’s a Wonderful Life, del que hablábamos al comenzar estas líneas. Durante la Segunda Guerra, Capra realizó la serie documental: “Por qué luchamos” (Why We Fight) para promocionar la importancia de la libertad y su defensa. Por qué luchamos fue una obra fundamental para desafiar la propaganda nazi instalada en todo el mundo, motivar a las tropas americanas en el frente y generar la autoestima necesaria para pelear por los valores que él consideraba buenos y justos. En esta Navidad en que el panorama se presenta tan vertiginosamente dañino, tal vez haya volver a explicar que no hay libertad en el socialismo. El estilo de vida que deseamos, basado en las libertades individuales, merece ser orgullosamente promocionado y defendido. Claramente no estamos publicitando bien al mejor estilo de vida que haya conocido la humanidad. Un estilo de vida que algún ángel de la guarda como el de George Bailey debería poner ante nuestros ojos para recordar, de una vez por todas: POR QUÉ LUCHAMOS.