Este 12 de diciembre en Bogotá un partido político llamado “COMUNES” realizó una conferencia para presentar su lista de candidatos para las elecciones colombianas de 2022. La noticia tirada así no dice mucho si no fuera por el hecho de que “COMUNES” es el rebranding que el grupo terrorista más poderoso y sanguinario de América ha elegido para nombrarse. COMUNES es ni más ni menos que la nueva marca de Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, por sus siglas FARC, que durante más de 50 años de terrorismo constante dejaron un tendal de masacres colectivas y homicidios selectivos, secuestro y violación (particularmente de niñas), torturas, tráfico de armas y drogas, y desapariciones. En números las FARC significan (al menos): 220.000 muertos documentados, 6 millones de desplazados en las zonas rurales, más de 25.000 desaparecidos y casi 30.000 secuestrados.

Es necesario repasar la historia reciente, la del Siglo XXI, época en la que se plantaron las pútridas semillas que hoy cosecha el continente.
En estos tiempos tan convulsos, donde sucede política y socialmente lo impensado es necesario repasar la historia reciente, la del Siglo XXI, época en la que se plantaron las pútridas semillas que hoy cosecha el continente. Hace tan sólo cinco años en Cartagena de Indias el Gobierno colombiano se desesperó por firmar un Acuerdo de Paz con los cabecillas de las FARC. No existe una mísera justificación política, estratégica o moral que pueda explicar la decisión del entonces presidente Juan Manuel Santos para emprender esta faena, lo que reduce las posibilidades a la corrupción o el bonapartismo, o una mezcla de ambas. La maldad tampoco debiera ser descartada de la ecuación.
Mucho se puede hablar del Acuerdo de Paz de 2016, pero antes que nada hay que recordar que la piedra angular de ese tratado fue garantizar a los terroristas la más absoluta impunidad. Todo lo demás es humo, farsa y miseria. Lo que se empezó a negociar en la sede central de Mordor, aka La Habana, fue una rendición maquillada de la institucionalidad democrática colombiana. Hacían borrón y cuenta nueva con los victimarios, nadie les reprocharía nada y volverían a la vida cívica de los hombres comunes, como si no hubieran tenido un pasado de esclavistas y traficantes de niños, por ejemplo. De ahora en más, y por divino designio de Santos, los colombianos deberían saludar a un vecino terrorista como si tal cosa. Que aquí no ha pasado nada.

El acuerdo además les otorgaba un sinnúmero de privilegios jurídicos y económicos, que desde ya no tenían los partidos políticos de gente no asesina.
Y hay más! No sólo los miembros de las FARC salían impunes de todos sus crímenes sino que se les financiaba, con dinero de los ciudadanos que los habían padecido por medio siglo, la creación de un partido político y se les garantizaban cinco bancas en diputados y cinco en senadores sólo por existir, pisoteando los principios de igualdad ante la ley y de representación. Para que otro partido consiguiese esa cantidad de escaños se necesitarían millones de votos, que a estos genocidas se les otorgaban aún si no los votase ni el loro.
El acuerdo además les otorgaba un sinnúmero de privilegios jurídicos y económicos, que desde ya no tenían los partidos políticos de gente no asesina, y les aseguraba que su plan político y económico se llevaría a cabo. Así, el presidente Santos les prometió una reforma agraria socialista, una reforma política y, entre otras cosas, un subsidio de 2.400 dólares por pera para sus “emprendimientos”. Los terroristas se negaron a la erradicación de cultivos de drogas ilícitas y se acordó que dichos cultivos correspondían a usos ancestrales que no se podían modificar ni suspender.
Rodrigo Londoño, alias Timochenko, líder máximo de las FARC, fue la contraparte de Santos en la firma del documento de más de 300 páginas plagadas de concesiones lastimosas. Timochenko poseía al momento de la firma 117 órdenes de captura nacionales e internacionales, siendo diestro en el narcotráfico, asesinato, secuestro de menores y un sinfín de figuras penales más. La suma de los años de sus condenas firmes ascendía a casi dos siglos (no hay un error de redacción en la oración) hecho que incumplía con el Estatuto de Roma que prohíbe a los condenados por delitos de lesa humanidad tener vida jurídica.

Timochenko poseía al momento de la firma 117 órdenes de captura nacionales e internacionales, siendo diestro en el narcotráfico, asesinato, secuestro de menores y un sinfín de figuras penales más. La suma de los años de sus condenas firmes ascendía a casi dos siglos.
Con esta gente, con esta propuesta y con este “plan” se realizó el evento internacional más repugnante del siglo en el Teatro Colón de Bogotá el 24 de noviembre de 2016, en el que líderes y mandatarios de todo el mundo se dispusieron a convalidar (y además a aplaudir y alabar) la infamia. En un suntuoso festejo para más de 2000 invitados se firmó el «Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera» frente a los presidentes de: Bolivia, Evo Morales; El Salvador, Salvador Sánchez; Guatemala, Jimmy Morales; Perú, Pedro Pablo Kuczynski; Brasil, Michel Temer; Chile, Michelle Bachelet; México, Enrique Peña Nieto; Argentina, Mauricio Macri; Costa Rica, Luis Guillermo Solís; Cuba, Raúl Castro; Ecuador, Rafael Correa; Honduras, Juan Orlando Hernández; Paraguay, Horacio Cartes; República Dominicana, Danilo Medina y Venezuela, Nicolás Maduro.
También fueron partícipes del convite el Rey Emérito de España, Juan Carlos I y los secretarios generales de la ONU, Ban Ki-moon, y de la OEA, Luis Almagro; así como los presidentes del Banco Mundial, Jim Yong Kim, y del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, y el canciller de Noruega, Borge Brende. El escritor peruano Mario Vargas Llosa fue un activo propagandista de las bondades del Acuerdo, que además desafió a quienes se le oponían a «demostrar con hechos que quieren la paz«.

Mirado en perspectiva, un lustro después, el evento se parece mucho a una maldición. En un alarde de frivolidad, cinismo e ignorancia, el conjunto de los invitados pareció asistir a una boda real y no a la traición al pueblo colombiano, a su voluntad y sufrimiento.
Vargas Llosa no encontró conflicto en el hecho de que habiéndose celebrado un plebiscito para validar o no el acuerdo, el 2 de octubre de 2016, la victoria la había obtenido el “NO”. La negativa al acuerdo expresada por los ciudadanos colombianos fue un detalle que Santos, la clase política y judicial de Colombia y la comunidad internacional en dulce montón, se pasaron por la suela de los zapatos. Vargas Llosa tuvo la amabilidad de esclarecer que: «El voto negativo y la abstención (al plebiscito) no implican un rechazo a la paz (?); manifiestan un escepticismo profundo frente a la naturaleza del acuerdo firmado en el que, con razón o sin ella (?), una gran mayoría de colombianos ve a las FARC como la gran triunfadora de la negociación y beneficiaria de concesiones que le parecen desmedidas e injustas» aseguró el Premio Nobel.
Mirado en perspectiva, un lustro después, el evento se parece mucho a una maldición. En un alarde de frivolidad, cinismo e ignorancia, el conjunto de los invitados pareció asistir a una boda real y no a la traición al pueblo colombiano, a su voluntad y sufrimiento. Como salido del enfermizo cerebro de un wedding planner macabro, todos asistieron vestidos de blanco y festejaron la claudicación tratando de emular una atmósfera de paz y pureza donde la peor lacra del mundo se campeaba a sus anchas. En teoría las FARC se terminaban ese día… pero la historia ¿sorprendentemente? fue muy distinta.
A poco de haber obtenido el cúmulo de beneficios plasmados en el Acuerdo de Paz, un vídeo en YouTube mostró 16 hombres y cuatro mujeres disfrazaditos de Rambo y con retratos de Manuel Marulanda y Simón Bolívar anunciando que volvían a las armas. Esta formación compuesta por miles de los firmantes estaba liderada por Iván Márquez y Jesús Santrich, que pragmáticamente se asociaban al Ejército de Liberación Nacional (ELN) anteriormente sus enemigos. Tanto las FARC como el ELN se dedicaron desde entonces al hostigamiento de la oposición a Maduro que los ahijó y convirtió a Venezuela en su santuario. Como nota de color, es bueno recordar que Nicolás Maduro es “garante” del Acuerdo de Paz junto con Cuba! Detallitos que se ve que se les escaparon a los mandatarios invitados a la white party, que no podían sospechar nunca que poner a dictadores bananeros a custodiar acuerdos de paz tal vez era una imbecilidad colosal. Estas nuevas formaciones guerrilleras encontraron la fructífera actividad de controlar el sur de Venezuela conocido como Arco Minero y al mismo tiempo que se dedicaron a la explotación de minas de oro y cultivos de estupefacientes, aunque también ejecutan atentados para no perder la práctica.

Las “disidencias” no son más que las mismas FARC divididas en facciones como la Segunda Marquetalia, o el grupo Gentil Duarte. El terrorismo no sólo se mantiene sino que se exporta a toda la región.
Se han contabilizado más de 30 de estas estructuras posdesmovilización a las que simpáticamente se denomina “disidencias” con miles de miembros que crecen día a día merced a la práctica de secuestro y reclutamiento que perfeccionaron desde 1964. Las “disidencias” no son más que las mismas FARC divididas en facciones como la Segunda Marquetalia, o el grupo Gentil Duarte. El terrorismo no sólo se mantiene sino que se exporta a toda la región.
Con este panorama a la vista, el Gobierno de Joe Biden decidió sacar a las FARC de la lista de organizaciones terroristas justito en el quinto aniversario de la firma del Acuerdo de Paz. Las FARC habían sido incluidas en esa lista en 1997, y por ese motivo sus integrantes no podían entrar a Estados Unidos ni utilizar su sistema financiero. Pero ya no serán considerados como terroristas, así que los casi 300 delincuentes anotados sumados a un nutrido puñado de chavistas formarán parte de los beneficiados con el cambio de criterio de la Administración del presidente demócrata.
Los miembros de FARC, flamantemente rebautizados COMUNES, están ahora de los dos lados del mostrador. Encajados a la fuerza dentro del sistema institucional, hacen giras internacionales y reciben premios. Por ejemplo Timochenko recibió en México un premio por “generar paz en las comunidades” y alabó el papel clave que tuvo el finado Hugo Chávez en el acuerdo con Juan Manuel Santos. Santos a su vez ha declarado muchas veces que sin el apoyo de la comunidad internacional, “el proceso no hubiese sido posible”. Y tiene razón.

La política de concesiones al socialismo hundió la gestión como le pasó al resto de los mandatarios que no formaron parte de las asociaciones socialistas como el Grupo de Puebla o el Foro de San Pablo, pero que tampoco se atrevieron a enfrentarlas.
El actual presidente de Colombia, Iván Duque, se refirió en su momento al Acuerdo de Paz como una “victoria colectiva”. Si bien Iván Duque había votado NO a los acuerdos y su presidencia había generado expectativa tanto en la comunidad nacional como internacional, su política de concesiones al socialismo hundió su gestión como le pasó al resto de los mandatarios que no formaron parte de las asociaciones socialistas como el Grupo de Puebla o el Foro de San Pablo, pero que tampoco se atrevieron a enfrentarlas.
Un reverdecer del Socialismo del Siglo XXI fue lo que siguió a la pantomima del Acuerdo de Paz, que en tan sólo un lustro vio como las viejas estructuras terroristas de los años 60 y 70 regresaban a la vida cívica con honores, financiadas con reparaciones espúreas y apoyando a los nuevos terrorismos ahora escudados en el integrismo indigenista y otros identitarismos en boga.

Las FARC (y como ellas tantos grupos terroristas en tantos países) son los ganadores indiscutidos de la política global actual.
«Este grupo de combatientes por la paz, por la justicia social en distintas trincheras, tiene un importante componente femenino, juvenil y también de la experiencia«, anunció al presentar su blanqueada lista de candidatos el presidente de COMUNES, Timochenko. El «Camarada Timo» como cariñosamente lo siguen llamando sus compañeros del hampa, que no ha dejado crimen por cometer, ha demostrado con sus palabras que se puede ser un terrible hijo de Belcebú pero a la vez perfectamente deconstruido, inclusivo y sustentable.
Las FARC (y como ellas tantos grupos terroristas en tantos países) son los ganadores indiscutidos de la política global actual. No sólo no pagaron sino que cobraron, se enriquecieron y no bajaron ni una sola bandera, su agenda está intacta. Impunemente sumen al continente en la pobreza, el totalitarismo, el narcotráfico, la violencia y la inestabilidad. Cinco años pasaron desde que la elite política y cultural hispanoamericana celebrara al terrorismo en una orgía de lino blanco. ¿Qué podía salir mal?