Economía

SHOCKS, REGLAS E INVERSIONES: la receta para el desarrollo

En  1910 para  el primer Centenario de la Revolución de Mayo el desarrollo económico argentino  podía verse en un simple ejemplo: la venta por correo de vino de Mendoza requería de  vides, bodegas, procesos,  botellas, etiquetas, diseño, transporte, medios donde hacer la publicidad, un sistema de pagos y entregas a distancia para una población con buen gusto y disponibilidad de fondos para comprar estos productos. El país crecía.

El 28 de Julio de 1914 comenzó la Primera Guerra Mundial y dos semanas después, el 15 de Agosto, se inauguró el Canal de Panamá.  Esto fue un golpe terrible para Argentina. Hasta ese momento había un enorme tráfico marítimo por el Cabo de Hornos y los barcos recalaban necesariamente en Buenos Aires como destino final o etapa intermedia. Esto permitía un muy eficiente y barato sistema de comunicaciones y transporte entre Argentina y el resto del mundo.  Personas y mercaderías viajaban con muy bajo costo y las redes de comunicación se extendían dentro de Argentina. Entre los efectos de la prolongada guerra y el desvío de transporte por el Canal de Panamá el puerto de Buenos vio abruptamente reducida su importancia y tráfico lo que redundó en un fenomenal aumento de costos.

Estas dos breves historias ponen de relieve la importancia de que, para que haya comercio (intercambio voluntario entre las partes), se necesita todo un tejido de actividades, habilidades e inversiones para lograrlo… y pueden surgir shocks o hechos fuera de nuestro control. Son ejemplos la guerra o la construcción del Canal de Panamá que convirtió en debilidad nuestra distancia a los principales destinos comerciales, o más recientemente, la Pandemia de Covid-19.

Lamentablemente, además de los shocks fuera de nuestro control, hay otros generados o inducidos por las propias políticas del gobierno. Cuanto más frágil es la economía, más fuerte es el impacto de los shocks. Con cada shock se destruye empleo e inversiones. Es un aumento del riesgo empresario que, si operaran en otros países, no tendrían. Se llega así a una gran debilidad de las empresas y su capacidad de generar empleo, que surge de las decisiones y funcionamiento de nuestras propias instituciones. Se impiden las inversiones que permitirían aumentar la dotación de personal de las empresas y crecer al país.

Si las normas del país cambian constantemente y hay poca confianza en el funcionamiento de las instituciones se agrega un alto costo para financiar las inversiones.  Ante cambios continuos en reglas de juego la empresa que opera en entornos inestables y tiene altos costos no puede crecer, no aumenta el empleo, no hay más capacidad de consumo ni mucho menos de ahorro y el país no crece.

El costo del capital se identifica con una alta tasa de interés y falta de crédito. Hay diferentes razones y la fundamental es que no se respetan los contratos. Argentina ha incurrido en nueve  defaults en 200 años, fruto de los sistemáticos problemas fiscales que cubre con mayor emisión o con endeudamiento. Tanto la inflación como los defaults tienen un efecto devastador sobre el costo del capital y tanto  el país como sus  empresas están condenadas a la falta de crédito. La alta tasa de interés hace inviables muchos proyectos de inversión y no hay oportunidades de trabajo. Asimismo el Estado ofrece pagar altas tasas o impone condiciones al sistema financiero con lo que absorbe la escasa capacidad de ahorro, dejando sin financiación al sector privado. Una alta tasa de interés es un veneno para la capacidad de crecimiento de una economía. En forma similar, una tasa de interés real negativa desalienta el ahorro y no hay fondos para invertir.

Robert Solow, premio Nobel de Economía 1987 explicó hace años la llamada Regla de Oro que indica que la máxima tasa de interés que se puede pagar es similar a la tasa de crecimiento de un país. De lo contrario, la deuda continúa creciendo o se afecta el presupuesto dejando menos fondos disponibles para las verdaderas funciones del Estado. De forma similar, Modigliani y Miller (Premios Nobel 1985 y 1990 respectivamente) demostraron en 1958 que una empresa no debería tomar deuda a una tasa (neta de impuestos) mayor que la rentabilidad de sus activos. Son dos conceptos -uno de Macroeconomía y el otro de Finanzas de Empresas- que el gobierno y empresas argentinas se empeñan en desafiar.

Con alto costo del capital las posibilidades de crecimiento de Argentina están muy limitadas.  Los Gobiernos hacen sorprendente alarde de su capacidad de intervenir e interferir en las decisiones privadas determinando precios máximos, asignando subsidios, cobrando impuestos sobre stocks y flujos simultáneamente o limitando el comercio exterior. Tristemente el sistema republicano de “checks and balances” es tan poco usado que hasta su traducción como “pesos y contrapesos” nos es ajena. Todos esos elementos hacen que el riesgo de invertir sea muy alto.

Además de dificultar el crecimiento, otro efecto de las reglas opresivas y cambiantes es que el Largo Plazo no nos resulta relevante. No me refiero a la frase de J. M. Keynes que “en el largo plazo estamos todos muertos”. Es simplemente que todos los flujos futuros que se espera recibir en un futuro lejano son muy inciertos y tienen hoy poca importancia. Tenemos así un círculo vicioso: hay gran incertidumbre sobre el futuro, y tenemos grandes urgencias en el presente, con lo que castigamos aún más el futuro. Esto lleva a decisiones del Estado, empresas y familias que valoran aún más el momento presente. Se buscan satisfacciones inmediatas (populismo, altos precios y mala calidad, o poca educación, por ej.) porque no se le da importancia a lo que tal vez nunca llegue.

Pero el futuro siempre llega. Por miopes o costosas decisiones en el pasado no hay capacidad de ahorro ni instituciones republicanas firmes.  Por lo tanto, con escasos recursos es difícil aumentar la productividad, y los salarios no pueden subir. La pobreza no puede reducirse.

Justamente la pobreza disminuye con mayor producción. La capacidad o habilidad de cada persona aumenta si tiene los elementos correctos para trabajar. Para obtener esos elementos se necesita capital. Si es mucho, pues se comparte entre varias personas que se organizan de distintas maneras. No hay empleados sin empresas, no hay crecimiento sin tecnología, no hay desarrollo sin educación. Cuanta más tecnología, más productividad. Es importante reducir el tiempo y dinero que cuesta capacitarse o  adquirir esa tecnología.

Sabemos que para que una sociedad se desarrolle hace falta un esfuerzo conjunto de personas, empresas y gobierno.

Las personas deben tener la libertad de  adaptarse a cambios y utilizar la mejor tecnología disponible. Sólo de esa manera pueden producir más que lo que consumen y ahorrar para el futuro.

Las empresas deben detectar qué producir y al mismo tiempo, la forma de hacerlo. Internamente se toman muchas decisiones, que no están determinadas por el mercado sino por la habilidad del empresario para organizar su empresa, como mostrara Ronald Coase (premio Nobel en 1991). Sus opciones están limitadas por el costo del capital y las infinitas regulaciones que los gobiernos suelen aumentar.

Los gobiernos deben crear un entorno de pocas reglas de juego claras y estables, controlar el cumplimiento de esas pocas normas, y no castigar el crecimiento.

Sabemos que los shocks externos no se pueden evitar, pero los internos sí. Tengamos pocas reglas estables, que permitan que la sociedad pueda desarrollarse.

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